lunes, 26 de diciembre de 2011

Alexis Herrera: trabajador y solidario

Quería ser buen maestro

Kau Sirenio

El viernes 16, cuando saliera de vacaciones, Alexis Herrera Pino tenía planeado ir a su tierra, La Y griega, municipio de Atoyac, y disfrutar de las enchiladas que su madre le preparaba siempre que iba de vacaciones. Nunca llegaría.
El 12 de diciembre, cuatro días antes, cayó asesinado de un balazo en la cabeza, durante una operación policiaca para desalojar a un grupo de estudiantes de la Normal Rural Isidro Burgos, de Ayotzinapa, que ese día bloquearon la Autopista del Sol para presionar al gobernador a fin de que les concediera una audiencia.
El Güero, gozaba de buena reputación, tanto entre sus amigos y familiares de su tierra, como entre sus compañeros de la Normal.
Incluso, entre quienes apenas lo conocían. Dos meses antes, hizo sus prácticas en la escuela primaria Vicente Guerrero, en Las Mesas, municipio de San Marcos, en la Costa Chica. En la calificación, los maestros de ese plantel lo evaluaron como: bien, muy bien y excelente.
Lejos de imaginar que lo matarían antes, el Güero, como le decían, le avisó a su hermano Víctor (a) Chico que el lunes 12 realizarían actividades con el fin de difundir las demandas de la normal.
–Me dijo que en la Normal alguien pegó un papel donde criticaban a los normalistas. –recuerda su hermano.
El sábado, Alexis pasó al cuarto de Chico, en Chilpancingo; le pidió una camisa prestada, para salir con su novia Anel; le platicó de la amenaza, como si esto fuera una advertencia para que los normalistas no protestaran el lunes. Tenían pensado tomar la caseta de Palo Blanco.
Le dijo que en la Normal apareció un papel en el comedor en el que se leía: “Ayotzinapos tienen todo y quieren más, hasta rentan la alberca para sacar más dinero, que quieren, ya páranle”.
El 12 de diciembre, la policía federal, la ministerial y la preventiva estatal abrieron fuego con armas largas contra los estudiantes. Allí cayó Jorge Alexis, mientras participaba en el bloqueo a la Autopista el Sol.
Él, un joven de 22 años, 1.75 de estatura y 75 kilos de peso, gustaba de usar playeras rosas y pantalón beige. Su estatura fue, quizás, la causa de su muerte. Cuando vio a su compañero Gabriel Echeverría de Jesús tirado, quiso auxiliarlo y saltó el muro de contención de la carretera. Justo en ese momento lo alcanzó en la cabeza.
En noviembre, los estudiantes solicitaron una audiencia con el gobernador Ángel Aguirre Rivero, para pedirle solución a las demandas de la escuela, entre éstas algunas muy añejas: la convocatoria para la designación del director de la escuela, incremento de la matrícula y aumentar el costo de la ración alimenticio.
–El pliego petitorio es tan sencillo; no había por qué matar a mi hijo
–dice Elizabeth Pino, mientras intenta detener con su mano el torrente de lagrimas que parece interminable.
Desde el momento en que se enteró de la muerte de su hijo, el dolor no se separa de Elizabeth, Cuando mira las fotos de Alexis, se le vienen los recuerdos de cuando nació.
–Mi hijo fue un niño muy sano –platica–. Cuando nació pesaba cinco kilos; su papá estaba muy emocionado con nuestro hijo. Él era el orgullo de los Jorges. Mi suegro y mi esposo, se llaman así.
El dolor habita en la casa de los Herrera Pino. Hasta la modesta vivienda ubicada en  La Y griega, llegan vecinos y familiares que no pudieron asistir a la misa o al sepelio, para dar el pésame. La señora Pino no para de llorar. Llora todos los días. Busca ocultar su dolor para que el pequeño Anwar Herrera Pino no llore más. Desde el lunes 12, Alexis ya no carga más a su hermanito, a ese niño que él definía como su adoración.
Los proyectos del normalista consistían en terminar la Licenciatura en Educación Primaria en la Normal Rural, para costear los estudios del pequeño Anwar, de seis años de edad.
Otro de sus planes era ser buen maestro. Prometía que su primera quincena la entregaría completa a su madre, para que se comprara lo que ella quisiera.
Los primeros días de noviembre, al enterarse de que Alexis había llegado para pasar los días de muertos, varios amigos y un primo de él llegaron a su casa. Entre los planes estaba comer carne asada. Allí estuvo también Chico, el inseparable e idéntico hermano, pues tienen el mismo retrato, como si los hubiera dibujado la misma mano con el mismo lápiz o, como dice el dicho, cortado con la misma tijera. La única diferencia entre ellos, era la estatura.
Otra cosa que unía mucho a los dos hermanos era el deporte.
–El viernes fue la última vez que fuimos a jugar futbol, en la Normal. Él era defensa y delantero, –recuerda Chico.
Dice que así como le gustaba jugar futbol y basquetbol, también le gustaba el trabajo. Sus vacaciones las dedicaba a la huerta. Ayudaba a su papá en la cosecha de frijol o en el corte de coco.
Su primo Geovani, lo define como el amigo, el hermano que nunca tuvo; además de muy trabajador. No había día que él estuviera sentado. Siempre que veía a su papá tomar camino al campo, luego, luego dejaba de hacer lo que está haciendo para sumarse al trabajo de su casa.
–Cuando me secuestraron hace más de un año, él al enterarse de lo que me pasó, luego se vino, buscó todas las forma para que me liberarán –comenta Geovani–. Recuerdo que cuando hablé a la casa para avisar que fueran por mí donde mis captores me dejaron, él acompañó a mi mamá y a otra prima. Al verme, fue el primero en abrazarme; los dos juntos lloramos ese día. Allí me dijo que soy su hermano mayor.
–Mi hermano era protector, cuando se iba a la normal se ponía triste. Le preocupaba dejar solos a sus padres –dice Arianna, la mayor de los cuatro hermanos.
Así como protegía a sus hermanos y primos, igual hacía con sus amigos. En la Normal, conoció al Cuarenta (Irving), con quien compartió la habitación, el cubi, como le llaman al cubículo en Ayotzinapa.
Irving define al Güero como su hermano. –Cuando llegamos por primera vez a la Normal, con él conviví, vivimos en la misma ala. Durante la semana de adaptación, él quería dejar la escuela. Le hablo a su papá, para decirle que estaba muy pesado. Llegué a escuchar que se iba regresar a su casa; eso me dolía mucho porque me iba dejar solo. Ahora estoy más dolido. Mi amigo, mi hermano ya no estará más conmigo.
Aunque en el caso del futbol, los dos amigos les iban a equipos diferentes, nunca se peleaban y tampoco apostaban. Cada quien vivía la gloria después de cada partido.
–Yo le voy al América, y él al Cruz Azul, pero nunca llegamos a discutir o minimizar a los equipos, siempre procuramos de disfrutar nuestra amistad –cuenta Irving  mientras, muestra algunas fotos de su amigo.
Sentado en la litera donde durmieron durante dos años y cuatro meses, ahora piensa ceder su cama a su otro amigo a quien le dicen el Copi, para que él pueda dormir en la cama de arriba donde durmió Alexis, como para no olvidar nunca a su hermano, como él lo consideró.
Chucho, de la comunidad de Los Humos, municipio de Atoyac, fue compañero del Güero, primero, en la secundaria general número 14 Mi patria es primero; y, luego, en la prepa 22 de Atoyac. Llorando habla de su entrañable amigo.
–Mira, yo no sabía que él iba estudiar para maestro. El primer día que lo vi me emocioné porque encontré a un amigo con quien compartir.
Eso sí que me dolía cuando él quería desertar. Siempre buscaba la forma de animarlo para que no se fuera –dice mientras se lleva sus manos a la cabeza.
– ¿Por qué quería desertar? –se les pregunta.
–Cuando lo encontré en el salón que nos asignaron, me habló. Estaba cobijado con una toalla que apenas le cubría el pecho y la cabeza; sus pies quedaban destapados. Creo que el frío lo estaba venciendo, hasta que un amigo le regaló una sábana. A partir de ese día dejó de hablar con su papá.
–El Güero no está muerto. La lucha de él es de todos –se aferra Irving–. (Alexis) después empezó a tenerle mucho cariño a la normal. Siempre decía que su deuda más grande era con la escuela. Lo presumía en todas partes. Decía que es lo mejor que le pasó en la vida.

Triste encuentro.

3:00 de la tarde. En la comunidad de Zilacayotitlán, Acatepec, región de la Montaña, Anel Cruz Campos recibió una llamada telefónica en la única caseta que hay en la comunidad. Su mamá le preguntó por el Güero. Le pidió que bajara de la comunidad porque algo le había pasado a Alexis.
–Me pidió que me calmara, me dijo que los normalistas protestaron en la Autopista del Sol y que algo le pasó a mi novio. La escuché preocupada; luego dijo, como si estuviera llorando, que me bajara. No me quiso decir que estaba pasando, –recuerda Anel.  
La también normalista, egresada de la Escuela Normal Urbana Federal Rafael Ramírez, contó el viacrucis que vivió desde que recibió la llamada de su madre. A esa hora buscó transporte, pero no encontró. La única corrida es a las 3:00 de la madrugada. Volvió a llamar a su mamá para convencerla de que esperara, pero le insistieron que debía de bajar, que buscara alguien que la  llevará hasta el crucero de Tlatlauquitepec, que allí irían por ella. Eso la desconcertó más; los nervios la invadieron.
No sabía qué hacer. El miedo la tenía acorralada. Esperaba que no fuera cierto lo que estaba imaginando. Lo peor vino cuando llamó al celular de Alexis. No le contestó. Intentó varias veces. Opto por llamar a sus futuros suegros. Tampoco contestaron. Así que llamó a Víctor (Chico); éste le daría la noticia fatal.
–Cuñada, el Güero está muerto. Espero que seas fuerte. Te queremos mucho. –le dijo y colgó. Él tampoco tenía fuerza para sostener una conversación–.
Ella, en cambio, se soltó en llanto.  La señora de la caseta telefónica donde hizo la llamada, le preguntó qué le pasaba. Con mucho esfuerzo logro decir que mataron a su novio. La mujer rogó a Anel Cruz que por favor se quedará en la casa, que no saliera a la calle hasta que no llegaran sus padres por ella; luego le preparó un té de toronjil.
Mientras bebía la infusión, llegaron los recuerdos: de cuando se iban al cine, a la playa, al Parque Papagayo, a la casa de los Herrera Pino.
Recordó también cuando su novio se puso los tenis que le compró para la intermunicipal, la liga que se juega en El Ciruelar. Se imaginó al Güero, con esos tenis blancos, encestando una y otras vez.
Esperó largas horas. No supo cuanto tiempo pasó; pero sus papás llegaron a las 11:00 de la noche. Su primo en el volante, quería volar en la montaña: le urgía llegar a Chilpancingo, con la esperanza que Alexis no estuviera muerto y que la recibiera a besos, como siempre que se veían los fines de semana, sin imaginar que el cuerpo del Güero, estuvo horas en el asfalto de la Autopista del Sol, frente a la gasolinera que fue incendiada. Allí quedaron de verse.
–Los vi llegar. Mis suegro no se bajaron del coche. Sólo bajaron Chico, Geovani (primo de Alexis). Sentí que me vaciaron una cubeta de agua fría. Quise gritar pero me aguanté. ¿Qué delito había cometido Alexis para que lo mataran? –se preguntó.
Ahora buscará, al igual que la familia de su novio, que se haga justicia y que el doble homicidio no quede impune.
El próximo 6 de febrero ya no celebrarán el cumpleaños, el aniversario del noviazgo. Tampoco el día del amor y amistad.

La demanda.

Sentado en una pequeña silla de  su casa, Jorge Herrera Suárez, habla pausado entre el dolor y la indignación, como buscando a su hijo. Cuando ve a Chico se les ruedan las lágrimas. Llora. No quiere escuchar la palabra muerto.
–Era mi brazo derecho. Mi orgullo. Mi preferido. El amigo. El ayudante. Era todo –dice.
Con ese sentimiento de no encontrar nunca más a su hijo, prosigue con la plática. Después se levanta para recibir las condolencias de los vecinos de Y griega. Vestido de short blanco y playera azul, recuerda los distintos pasos de la vida con su hijo.
–Siempre que mi hijo se iba a Ayotzinapa, le pedía que se cuidará mucho, que evitara tener altercado con los policías; sé que él sólo apoyaba a sus compañeros para luchar por algo justo. No tenían porqué matarlos –dice.
Los padres de Alexis juraron ante su tumba, luchar hasta lograr que se castigue a los culpables.
–Justicia es lo que queremos. Elizabeth Pino dice que no descansará hasta ver que los que mataron a su hijo estén en la cárcel.
–Ahora la demanda de los muchachos es nuestra demanda. Nos uniremos a ellos en todos sus actividades, porque es la lucha que mi hijo demandaba.
– ¿Aceptaría una indemnización en caso de que el gobierno le ofreciera? –se le pregunta.
–No. La vida de mi hijo no se puede pagar, y tampoco está en venta. Lo que pedimos es la salida de Ángel Aguirre; es el único responsable de este cobarde asesinato. No descasaré hasta ver que los asesinos de mi hijo estén en la cárcel.
Con esa misma voz de indignación Geovani, el primo preferido del Güero, dice: –Participaremos en todas las marchas que sean necesaria. Queremos castigo y todo el peso de la ley contra los que mataron a mi primo –sentencia.