lunes, 26 de diciembre de 2011

Alexis Herrera: trabajador y solidario

Quería ser buen maestro

Kau Sirenio

El viernes 16, cuando saliera de vacaciones, Alexis Herrera Pino tenía planeado ir a su tierra, La Y griega, municipio de Atoyac, y disfrutar de las enchiladas que su madre le preparaba siempre que iba de vacaciones. Nunca llegaría.
El 12 de diciembre, cuatro días antes, cayó asesinado de un balazo en la cabeza, durante una operación policiaca para desalojar a un grupo de estudiantes de la Normal Rural Isidro Burgos, de Ayotzinapa, que ese día bloquearon la Autopista del Sol para presionar al gobernador a fin de que les concediera una audiencia.
El Güero, gozaba de buena reputación, tanto entre sus amigos y familiares de su tierra, como entre sus compañeros de la Normal.
Incluso, entre quienes apenas lo conocían. Dos meses antes, hizo sus prácticas en la escuela primaria Vicente Guerrero, en Las Mesas, municipio de San Marcos, en la Costa Chica. En la calificación, los maestros de ese plantel lo evaluaron como: bien, muy bien y excelente.
Lejos de imaginar que lo matarían antes, el Güero, como le decían, le avisó a su hermano Víctor (a) Chico que el lunes 12 realizarían actividades con el fin de difundir las demandas de la normal.
–Me dijo que en la Normal alguien pegó un papel donde criticaban a los normalistas. –recuerda su hermano.
El sábado, Alexis pasó al cuarto de Chico, en Chilpancingo; le pidió una camisa prestada, para salir con su novia Anel; le platicó de la amenaza, como si esto fuera una advertencia para que los normalistas no protestaran el lunes. Tenían pensado tomar la caseta de Palo Blanco.
Le dijo que en la Normal apareció un papel en el comedor en el que se leía: “Ayotzinapos tienen todo y quieren más, hasta rentan la alberca para sacar más dinero, que quieren, ya páranle”.
El 12 de diciembre, la policía federal, la ministerial y la preventiva estatal abrieron fuego con armas largas contra los estudiantes. Allí cayó Jorge Alexis, mientras participaba en el bloqueo a la Autopista el Sol.
Él, un joven de 22 años, 1.75 de estatura y 75 kilos de peso, gustaba de usar playeras rosas y pantalón beige. Su estatura fue, quizás, la causa de su muerte. Cuando vio a su compañero Gabriel Echeverría de Jesús tirado, quiso auxiliarlo y saltó el muro de contención de la carretera. Justo en ese momento lo alcanzó en la cabeza.
En noviembre, los estudiantes solicitaron una audiencia con el gobernador Ángel Aguirre Rivero, para pedirle solución a las demandas de la escuela, entre éstas algunas muy añejas: la convocatoria para la designación del director de la escuela, incremento de la matrícula y aumentar el costo de la ración alimenticio.
–El pliego petitorio es tan sencillo; no había por qué matar a mi hijo
–dice Elizabeth Pino, mientras intenta detener con su mano el torrente de lagrimas que parece interminable.
Desde el momento en que se enteró de la muerte de su hijo, el dolor no se separa de Elizabeth, Cuando mira las fotos de Alexis, se le vienen los recuerdos de cuando nació.
–Mi hijo fue un niño muy sano –platica–. Cuando nació pesaba cinco kilos; su papá estaba muy emocionado con nuestro hijo. Él era el orgullo de los Jorges. Mi suegro y mi esposo, se llaman así.
El dolor habita en la casa de los Herrera Pino. Hasta la modesta vivienda ubicada en  La Y griega, llegan vecinos y familiares que no pudieron asistir a la misa o al sepelio, para dar el pésame. La señora Pino no para de llorar. Llora todos los días. Busca ocultar su dolor para que el pequeño Anwar Herrera Pino no llore más. Desde el lunes 12, Alexis ya no carga más a su hermanito, a ese niño que él definía como su adoración.
Los proyectos del normalista consistían en terminar la Licenciatura en Educación Primaria en la Normal Rural, para costear los estudios del pequeño Anwar, de seis años de edad.
Otro de sus planes era ser buen maestro. Prometía que su primera quincena la entregaría completa a su madre, para que se comprara lo que ella quisiera.
Los primeros días de noviembre, al enterarse de que Alexis había llegado para pasar los días de muertos, varios amigos y un primo de él llegaron a su casa. Entre los planes estaba comer carne asada. Allí estuvo también Chico, el inseparable e idéntico hermano, pues tienen el mismo retrato, como si los hubiera dibujado la misma mano con el mismo lápiz o, como dice el dicho, cortado con la misma tijera. La única diferencia entre ellos, era la estatura.
Otra cosa que unía mucho a los dos hermanos era el deporte.
–El viernes fue la última vez que fuimos a jugar futbol, en la Normal. Él era defensa y delantero, –recuerda Chico.
Dice que así como le gustaba jugar futbol y basquetbol, también le gustaba el trabajo. Sus vacaciones las dedicaba a la huerta. Ayudaba a su papá en la cosecha de frijol o en el corte de coco.
Su primo Geovani, lo define como el amigo, el hermano que nunca tuvo; además de muy trabajador. No había día que él estuviera sentado. Siempre que veía a su papá tomar camino al campo, luego, luego dejaba de hacer lo que está haciendo para sumarse al trabajo de su casa.
–Cuando me secuestraron hace más de un año, él al enterarse de lo que me pasó, luego se vino, buscó todas las forma para que me liberarán –comenta Geovani–. Recuerdo que cuando hablé a la casa para avisar que fueran por mí donde mis captores me dejaron, él acompañó a mi mamá y a otra prima. Al verme, fue el primero en abrazarme; los dos juntos lloramos ese día. Allí me dijo que soy su hermano mayor.
–Mi hermano era protector, cuando se iba a la normal se ponía triste. Le preocupaba dejar solos a sus padres –dice Arianna, la mayor de los cuatro hermanos.
Así como protegía a sus hermanos y primos, igual hacía con sus amigos. En la Normal, conoció al Cuarenta (Irving), con quien compartió la habitación, el cubi, como le llaman al cubículo en Ayotzinapa.
Irving define al Güero como su hermano. –Cuando llegamos por primera vez a la Normal, con él conviví, vivimos en la misma ala. Durante la semana de adaptación, él quería dejar la escuela. Le hablo a su papá, para decirle que estaba muy pesado. Llegué a escuchar que se iba regresar a su casa; eso me dolía mucho porque me iba dejar solo. Ahora estoy más dolido. Mi amigo, mi hermano ya no estará más conmigo.
Aunque en el caso del futbol, los dos amigos les iban a equipos diferentes, nunca se peleaban y tampoco apostaban. Cada quien vivía la gloria después de cada partido.
–Yo le voy al América, y él al Cruz Azul, pero nunca llegamos a discutir o minimizar a los equipos, siempre procuramos de disfrutar nuestra amistad –cuenta Irving  mientras, muestra algunas fotos de su amigo.
Sentado en la litera donde durmieron durante dos años y cuatro meses, ahora piensa ceder su cama a su otro amigo a quien le dicen el Copi, para que él pueda dormir en la cama de arriba donde durmió Alexis, como para no olvidar nunca a su hermano, como él lo consideró.
Chucho, de la comunidad de Los Humos, municipio de Atoyac, fue compañero del Güero, primero, en la secundaria general número 14 Mi patria es primero; y, luego, en la prepa 22 de Atoyac. Llorando habla de su entrañable amigo.
–Mira, yo no sabía que él iba estudiar para maestro. El primer día que lo vi me emocioné porque encontré a un amigo con quien compartir.
Eso sí que me dolía cuando él quería desertar. Siempre buscaba la forma de animarlo para que no se fuera –dice mientras se lleva sus manos a la cabeza.
– ¿Por qué quería desertar? –se les pregunta.
–Cuando lo encontré en el salón que nos asignaron, me habló. Estaba cobijado con una toalla que apenas le cubría el pecho y la cabeza; sus pies quedaban destapados. Creo que el frío lo estaba venciendo, hasta que un amigo le regaló una sábana. A partir de ese día dejó de hablar con su papá.
–El Güero no está muerto. La lucha de él es de todos –se aferra Irving–. (Alexis) después empezó a tenerle mucho cariño a la normal. Siempre decía que su deuda más grande era con la escuela. Lo presumía en todas partes. Decía que es lo mejor que le pasó en la vida.

Triste encuentro.

3:00 de la tarde. En la comunidad de Zilacayotitlán, Acatepec, región de la Montaña, Anel Cruz Campos recibió una llamada telefónica en la única caseta que hay en la comunidad. Su mamá le preguntó por el Güero. Le pidió que bajara de la comunidad porque algo le había pasado a Alexis.
–Me pidió que me calmara, me dijo que los normalistas protestaron en la Autopista del Sol y que algo le pasó a mi novio. La escuché preocupada; luego dijo, como si estuviera llorando, que me bajara. No me quiso decir que estaba pasando, –recuerda Anel.  
La también normalista, egresada de la Escuela Normal Urbana Federal Rafael Ramírez, contó el viacrucis que vivió desde que recibió la llamada de su madre. A esa hora buscó transporte, pero no encontró. La única corrida es a las 3:00 de la madrugada. Volvió a llamar a su mamá para convencerla de que esperara, pero le insistieron que debía de bajar, que buscara alguien que la  llevará hasta el crucero de Tlatlauquitepec, que allí irían por ella. Eso la desconcertó más; los nervios la invadieron.
No sabía qué hacer. El miedo la tenía acorralada. Esperaba que no fuera cierto lo que estaba imaginando. Lo peor vino cuando llamó al celular de Alexis. No le contestó. Intentó varias veces. Opto por llamar a sus futuros suegros. Tampoco contestaron. Así que llamó a Víctor (Chico); éste le daría la noticia fatal.
–Cuñada, el Güero está muerto. Espero que seas fuerte. Te queremos mucho. –le dijo y colgó. Él tampoco tenía fuerza para sostener una conversación–.
Ella, en cambio, se soltó en llanto.  La señora de la caseta telefónica donde hizo la llamada, le preguntó qué le pasaba. Con mucho esfuerzo logro decir que mataron a su novio. La mujer rogó a Anel Cruz que por favor se quedará en la casa, que no saliera a la calle hasta que no llegaran sus padres por ella; luego le preparó un té de toronjil.
Mientras bebía la infusión, llegaron los recuerdos: de cuando se iban al cine, a la playa, al Parque Papagayo, a la casa de los Herrera Pino.
Recordó también cuando su novio se puso los tenis que le compró para la intermunicipal, la liga que se juega en El Ciruelar. Se imaginó al Güero, con esos tenis blancos, encestando una y otras vez.
Esperó largas horas. No supo cuanto tiempo pasó; pero sus papás llegaron a las 11:00 de la noche. Su primo en el volante, quería volar en la montaña: le urgía llegar a Chilpancingo, con la esperanza que Alexis no estuviera muerto y que la recibiera a besos, como siempre que se veían los fines de semana, sin imaginar que el cuerpo del Güero, estuvo horas en el asfalto de la Autopista del Sol, frente a la gasolinera que fue incendiada. Allí quedaron de verse.
–Los vi llegar. Mis suegro no se bajaron del coche. Sólo bajaron Chico, Geovani (primo de Alexis). Sentí que me vaciaron una cubeta de agua fría. Quise gritar pero me aguanté. ¿Qué delito había cometido Alexis para que lo mataran? –se preguntó.
Ahora buscará, al igual que la familia de su novio, que se haga justicia y que el doble homicidio no quede impune.
El próximo 6 de febrero ya no celebrarán el cumpleaños, el aniversario del noviazgo. Tampoco el día del amor y amistad.

La demanda.

Sentado en una pequeña silla de  su casa, Jorge Herrera Suárez, habla pausado entre el dolor y la indignación, como buscando a su hijo. Cuando ve a Chico se les ruedan las lágrimas. Llora. No quiere escuchar la palabra muerto.
–Era mi brazo derecho. Mi orgullo. Mi preferido. El amigo. El ayudante. Era todo –dice.
Con ese sentimiento de no encontrar nunca más a su hijo, prosigue con la plática. Después se levanta para recibir las condolencias de los vecinos de Y griega. Vestido de short blanco y playera azul, recuerda los distintos pasos de la vida con su hijo.
–Siempre que mi hijo se iba a Ayotzinapa, le pedía que se cuidará mucho, que evitara tener altercado con los policías; sé que él sólo apoyaba a sus compañeros para luchar por algo justo. No tenían porqué matarlos –dice.
Los padres de Alexis juraron ante su tumba, luchar hasta lograr que se castigue a los culpables.
–Justicia es lo que queremos. Elizabeth Pino dice que no descansará hasta ver que los que mataron a su hijo estén en la cárcel.
–Ahora la demanda de los muchachos es nuestra demanda. Nos uniremos a ellos en todos sus actividades, porque es la lucha que mi hijo demandaba.
– ¿Aceptaría una indemnización en caso de que el gobierno le ofreciera? –se le pregunta.
–No. La vida de mi hijo no se puede pagar, y tampoco está en venta. Lo que pedimos es la salida de Ángel Aguirre; es el único responsable de este cobarde asesinato. No descasaré hasta ver que los asesinos de mi hijo estén en la cárcel.
Con esa misma voz de indignación Geovani, el primo preferido del Güero, dice: –Participaremos en todas las marchas que sean necesaria. Queremos castigo y todo el peso de la ley contra los que mataron a mi primo –sentencia.

martes, 20 de diciembre de 2011

Padres y estudiantes piden la renuncia de Aguirre

Marchan de la alameda al palacio, un día después de los asesinatos

Kau Sirenio

El silencio, señal de dolor e impotencia, se dibujan en los rostros de los cientos de jóvenes normalistas y padres de familia que marcharon por las principales calles de Chilpancingo este martes, en demanda de esclarecer los asesinatos de los estudiantes normalistas, Jorge Alexis Herrera Pino y Gabriel Echeverría de Jesús.
Los deudos demandan la salida del gobernador Ángel Aguirre Rivero, del secretario general de gobierno, Humberto Salgado Gómez, por haber ordenado el desalojo violento, donde murieron los jóvenes estudiantes. Así mismo, piden la liberación de Gerardo Torres Pérez, de 19 años, señalado de daños, robo, doble homicidio y portación de un arma de fuego de alto poder. Los ministeriales lo torturaron, para que aceptara que disparó un AK-47.
La marcha del silencio recorrió las calles de Chilpancingo. Los curiosos veían a los normalistas con indiferencia. Otros indignados. Sin embargo, la consternación en la sociedad civil no se vio, los estudiantes marcharon como siempre lo hacen, sólo llegaron ahí padres de familias y los pocos universitarios de conciencia. Son de la Unidad Académica de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Guerrero. Los líderes históricos de la Casa de Estudio no llegaron.
Tampoco llegaron los que antes eran líderes de la izquierda, Bulmaro Muñiz Olmedo, Félix Moreno Peralta, Martín Mora Aguirre, Vítor Aguirre Alcaide, porque ahora todos son funcionarios. El Partido de la Revolución Democrática tampoco ha pedido desaparición de poderes en Guerrero. La única institución de izquierda está cooptada, sólo organizan elección para acceder el poder.
La sangre de los normalistas Jorge Alexis Herrera Pino y Gabriel Echeverría de Jesús, originarios de Atoyac y Tixtla, quedará impune.
A las 2:00 de la tarde, antes de que partiera la marcha del silencio, en la alameda Granados Maldonado, todos los reporteros ya sabían que el procurador de Justicia Alberto López Roras renunció. En una entrevista con Denise Merker, el aún procurador anunció: “para no entorpecer la investigación he decidido solicitar mi renuncia, sólo espero que el gobernador lo acepte”.
Los luchadores sociales presentes en la marcha reaccionaron de inmediato: “no queremos la salida del procurador, queremos la salida del Ángel Aguirre, él es el único responsable de este cobarde hechos. Los jóvenes les solicitaron audiencia pero nunca les hizo caso. Por omisión y por acción es el culpable”, dijo Arturo Miranda de la ACNR.
Cuando los estudiantes y las organizaciones sociales se disponían emprender la marcha, se enteraron que el secretario de Seguridad Pública y Protección Civil, Ramón Almonte Borja, así como el subsecretario de policía, general Ramón Miguel Arriola, también renunciaron.
Mientras la protesta avanzaba,  en Tixtla era velado Gabriel Echeverría de Jesús y Jorge Alexis Herrera Pino, fue llevado a su pueblo, La Y Griega, en Atoyac, donde nació y creció, donde obtuvo la conciencia que debía estudiar para salir de pobre y optó por el magisterio. Nunca se imaginó que iba ser asesinado en una protesta en demanda de educación.
Estos dos estudiantes, pasaron ser parte de la larga lista de muertos, de los acribillados, de los estigmatizados por ser jóvenes y estudiantes, porque ellos son los únicos culpables de su muerte, así como lo dijo el gobierno del estado el lunes 12 de diciembre, en un breve comunicado.
También pasaron ser protagonistas de los medios locales, zalameros y pusilánimes. Semanarios que publicaron la nota principal, el deslinde del gobierno del estado. Los normalistas muertos son ahora también el cuchillo de palo de los directores de estos medio inexistentes para cobrar su embute.
Así es Guerrero, un estado pobre, donde el hambre y el analfabetismo es la principal demanda, de los campesinos sin tierra, de los obreros encerrados en su casa ante la ola de violencia, de los estudiantes masacrados. Guerrero tiene historias de lucha. De los movimientos sociales, de los masacrados, de los copreros, Aguas Blancas, El Charco y Autopista del Sol.
Los mineros de Taxco, marcharon con una cinta canela en la boca de “justicia”. Los normalistas con carteles en la mano que decían “Aguirre asesino de estudiantes”. Los egresados llegaron, sin poder decir palabras, incrédulos, y más aún cuando se les pregunta de las actividades que van a realizar.
Sus pies sucios, manos callosa, portan otro cartel, “Desaparición de Poderes en Guerrero”. Es el clamor de los padres de familias, campesinos que viajaron desde sus comunidades para demandar justicia, para los caídos.
Los manifestantes ven otros padres de familia con esas ganas de decirle que nos sean indiferentes al dolor, como queriendo imitar a Mercedes Sosa con esa vieja canción de protesta “Sólo le pido a Dios/ que el engaño no me sea indiferente/ si un traidor puede más que unos cuantos,/ que esos cuantos no lo olviden fácilmente…”.

Acapulco sitiado

Ejército y delincuencia organizada disputan el poder

Kau Sirenio 

“Fue en un cabaret/ donde te encontré bailando / vendiendo tu amor / al mejor postor / soñando...”. Luces de Nueva York apenas se escucha en el bar El Zarape. Una chica morena contonea su cuerpo con un hombre joven. Parece de 25 años. A los lejos, se ve una sola persona bailando, el baile es tan pegadito, que sólo se distingue una silueta.
Durante los años 70 y 80, Zona Roja fue todo un éxito. Allí, llegaban los albañiles provenientes de la provincia; los indígenas se reunían para curar su desamor y olvidarse un poco de la pobreza de sus pueblos, aunque terminaran sin dinero. El Zarape y el Arcelia, fueron cabarets donde se degustaba las chelas y el baile. Ahora, en esos sitios sólo quedan perros con sarna y uno que otro drogadicto deambula en las calles Aguas Blanca, y Emilio Carranza.
02:00 de la madrugada. Las calles están abandonadas, no hay transeúntes. La Vicente Guerrero, que comunica el zócalo con la calzada Pie de la Cuesta, muestra su abandonada. Los vecinos del barrio La Guinea no salen de su casa después de las 9:00 de la noche. El trayecto es corto: apenas se hace 15 minutos de camino. Hay que subir caminado desde el zócalo, donde está la catedral de la virgen La Soledad.
La catedral luce desolada como nunca. En la víspera del 12 de diciembre, los fieles tampoco llegan. En cuatro horas, sólo se aparecieron 16 contingentes, con todo y banda de viento. Los fieles de las colonias populares ya no hicieron su tradicional recorrido; el miedo los tiene en la zozobra. El último contingente de peregrinos llegó a las 10:00 de la noche. Son trabajadores de la tienda Fábricas de Francia, fueron recibidos por un diácono, con estola en mano los bendijo.
Las calles del otrora concurrido Acapulco están abandonadas. El anunciado operativo Guerrero Seguro, puesto en marcha el pasado 6 de octubre, aún no puede contener la violencia. Hay muertos anónimos. Sólo la familia sabe lo que pasa en su casa. Los medios locales, ahora no resaltan la violencia en sus principales páginas.
En las colonias aledañas sigue habiendo disparos entre bandas que disputan el control. Mientras los militares, la policía federal y las policías preventiva del estado y municipal, hacen rondines durante el día, en las noches su presencia es nula. Las noches son de silencio. No hay ruido que perturbe a los curiosos desvelados que caminan. Son noches negras, desiertas, temerosas.
Acapulco está en guerra. Ningún bando ha mostrado su código de guerra, pero el enfrentamiento es latente. La población civil vive en la zozobra y atemorizada, no sale de noche. Antes, las fiestas se hacían de noche, y todos amanecían en la playa. Ahora, se hace de día o en el peor de los casos se suspenden. En las colonias populares, los servicios de transporte se suspenden desde las 6:00 de la tarde.

Peregrinos

Cuatro hombres llevan a cuestas una imagen de la virgen de Guadalupe, adornada con flores de la temporada. Una bandera nacional forma parte del colorido religioso. Los músicos repiten los canticos guadalupanos, una mujer con voz grave, es la que lleva el rosario y entona las distintas alabanzas. Los peregrinos vienen caminando desde la colonia Costal Azul.
La costera fue el escenario de los pasos lentos de los fieles. Tan lentos los pasos que parecían como de un funeral. ¿El de los muertos que quedaron allí después de cada balacera? Los muertos por daño colateral, víctimas del desempleo, del constante enfrentamiento entre dos bandos: el ejército y los narcos. Pasaron ante la bandera del Parque Papagayo, allí de donde partió la Caravana al Sur que encabezó el poeta morelense Javier Sicilia, el 11 de septiembre, en compañía de Eva Alarcón ahora desparecida. El domingo 11 de septiembre, Eva denunció que en la sierra de Petatlán son hostigados y amenazados, demandó seguridad, sin embargo el crimen organizado se apresuró a secuestrarla.
El Operativo Guerrero Seguro, no está en la costera; tampoco en la periferia. Los guadalupanos caminaron con el temor de ser objeto de un ataque por parte de los sicarios o quedar bajo fuego con el convoy militar.
Y es que la violencia sigue en Acapulco. El miércoles 7 de diciembre, un taxista resultó herido cuando civiles armados dispararon a un sitio de taxis ubicado sobre la avenida Cuauhtémoc, del fraccionamiento Magallanes, a un costado de la central de autobuses Estrella de Oro.
Gerardo Luge Vinalay, de 55 años y de oficio taxista, quedó herido de bala; fue llevado a un hospital público para su atención médica, pero murió. Los disparos, dañaron a dos taxis y los ventanales de la central camionera.
Pese a que las autoridades presumen la baja incidencia de ejecuciones y violencia en este municipio, a poco más de dos meses de la puesta en marcha del operativo Guerrero Seguro, el jueves 8, cerca de las 11:00 horas, hombres armados que viajaban en un vehículo, agredieron con arma de fuego al abogado Víctor Manuel Memije Martínez, de 45 años de edad. Falleció cuando recibía atención médica. La víctima es hermano del coordinador de los Derechos Humanos en la Costa Grande, Adelaido Memije Martínez.
El asesinato ocurrió sobre la avenida Cuauhtémoc, frente a la gasolinera Modelo, en el barrio de La Lima. Sujetos armados hirieron al abogado, quien de inmediato fue trasladado al hospital privado Centro Médico donde falleció.
Crímenes sin nombre, ocultos ante los medios de comunicación locales. Son las penas y el dolor que los peregrinos ven a su pasó. Saben que en ese andar, ya no está con ellos: el marido, la esposa, los hijos, los amigos y los novios. Muertos que años antes caminaron, cargaron la imagen de la Virgen de Guadalupe. Ahora, ya no están ahí, sólo está el dolor que clama justicia.
Después de que entraron los trabajadores de Fábricas de Francia, en la catedral de la Virgen Soledad, llegaron también dos hombres vestidos de bermudas y playeras. En el atrio, en un puesto de imágenes religiosas, compraron dos escapularios, entraron con ellos hasta donde está la pila bautismal. Allí se persignaron y mojaron su escapulario.
–Madre mía, cuida de mí donde me encuentre para que no me pase nada –dijo uno.
–Madrecita, tú sabes que cada año vengo a tu misa. Te ruego que me cuides, que los policías no me persigan. Ayúdame, a dejar la droga y el alcohol. Prometo no robar, ni mentir para no regresar a la cárcel –replicó el segundo.
Así estuvieron ante el altar por 20 minutos; luego se salieron hacía la puerta de lado derecho, por donde está la escalinata del viejo ayuntamiento de Acapulco.

martes, 6 de diciembre de 2011

Trabajo comunitario

Tradición que renace en Cuanacaxtitlán
Kau Sirenio

La mañana del domingo 27 de noviembre, en Cuanacaxtitlán, un grupo de jóvenes se reunió para hacer trabajo comunitario, actividad que hace años era una forma de vida en esta población indígena del municipio de San Luis Acatlán, pero en la actualidad ya no se acostumbra.
La limpieza del centro de la comunidad fue la actividad principal del taller Liderazgo y Planeación, impartido el sábado 26 y el domingo 27 a 13 jóvenes de la localidad que forman el Comité de Deporte Cuana, grupo dedicado a la promoción del deporte, cuidado del medio ambiente y la cultura.
Desde temprano, se forman grupitos de chavos y chavas en torno al auditorio municipal (apenas una cancha techada con lámina), en el centro de la localidad, donde un sonido mezcla música pop con música de banda. Muchos curiosos miran a través de la malla de alambre cómo algunos adolescentes recogen la basura.
Allí están. Platican entre ellos; todos coinciden. Uno busca una brocha para pintar una barda, mientras las chavas, con jarras y vasos en mano, reparten agua fresca. Los hombres hacen trazos en la única cancha de la comunidad, para pintarla. La pintura vieja se desprende sola del piso. “Hace años que no se pinta”, dicen los jóvenes.
La comunidad de Cuanacaxtitlán, de población Ñuu Savi, se ubica en la Costa Chica de Guerrero, cerca del límite con Oaxaca. Rodeado de laderas devastadas por las milpas, el pueblo tiene una importante presencia de jóvenes de entre 15 y 19 años. Aquí no hay mucho que hacer. Las distracciones cotidianas son el alcohol, el deporte y los bailes ocasionales, o presenciar el desfile cada vez que hay.
También los noviazgos, socorrido pasatiempo para los que esperan el momento de emigrar en busca de oportunidades de empleo o de ocuparse en el campo, en los estados del norte del país o, peor aún, en el extranjero.
Como en todas las comunidades rurales, los espacios de esparcimiento son escasos. Aquí no hay parques, ni cines. Así que las parejitas optan por ir a San Luis Acatlán -a unos 20 minutos de distancia- u otra ciudad cercana para divertirse.
La localidad, con tres mil 500 habitantes, según el censo de 2010, se considera la segunda en importancia en el municipio. La población juvenil es la más afectada por el rezago. El 69.81 por ciento de la población de 15 años en adelante cuenta con educación básica incompleta, mientras que siete de cada 10 jóvenes emigran a los campos agrícolas de Sinaloa, Sonora, Chihuahua, Baja California Norte y Baja California Sur.
De los jóvenes que estudian en Cuanacaxtitlán, dos de cada diez continúan sus estudios en algunas escuelas de nivel superior en Ometepec, Santa Cruz del Rincón, Malinaltepec; otros más lo hacen un poco más lejos, como en Ayutla.
Los jóvenes ñuu savi prefieren estudiar en la Universidad Pedagógica Nacional (UPN), para maestros bilingües; otras licenciaturas que demandan son: Informática, Contabilidad, Administración, Agronomía y Veterinaria.
El 96.79 por ciento de la población no tienen acceso a servicios de salud. El único centro de salud con que cuenta la comunidad presta atención a los tres mil 500 habitantes. El 98.87 por ciento de las viviendas no cuenta con excusado, sanitario o drenaje. Y el 76.73 por ciento, no tienen piso de concreto.
Cuanacaxtitlán, situado en un pequeño valle rodeado de cerros, visto desde la altura parece un nido. De ahí que le hayan llamado Nido de gallina, aunque la toponimia es Lugar de parota. Se llega por una carretera que serpentea el cerro Tonaltepetl, vía cuya pavimentación se inauguró en 2005, durante la administración de Genaro Vázquez Solís.
Organizarnos para nuestro futuro
El domingo 27, después de la última sesión del taller Liderazgo y Planeación, los jóvenes almorzaron cada quien en su casa. Se concentraron en el auditorio desde muy temprano. Un día antes, en la asamblea, los dirigentes jóvenes comunicaron a sus agremiados que el domingo es día para pintar la cancha, barrer las calles, lavar los baños, “en pocas palabras, embellecer la plaza”, dijo José Luis Bautista Nava.
José Luis almorzó sopes con cecina de res y agua fresca. A las 10 de la mañana llegó puntual al auditorio. Un grupo de adolescentes ya lo esperaba. Llegaron con cubetas llenas de agua que trajeron desde los arroyos, porque su pueblo no tiene agua. El pozo más cercano está a un kilometro.
“Si no lo hacemos nosotros, nadie más lo hará; somos jóvenes que nos interesa el problema de la comunidad. Aquí están los compañeros, que diario vienen a pasar su tarde en esta cancha; es el único lugar que tenemos para divertirnos o para distraernos. Aquí en el pueblo no hay cine; tampoco hay centro deportivo”, dice mientras con un metro traza las líneas en el piso de concreto de la cancha de basquetbol.
Comentó que un día ante tuvieron una plática dirigida a líderes comunitarios, la cual se centran en: Planeación, incidencia, liderazgo y gestión, como una forma de reactivar la organización de los jóvenes, para que ellos mismos construyan su propio espacio de convivencia.
“Un lugar donde haya espacio para adolescentes, jóvenes y no tan jóvenes. La idea es integrarnos, saber que nosotros somos el cambio y no estar esperando que llegue otra persona a dirigirnos; mostrar ante los demás de lo que somos capaces; es lo que nos dará la pauta para seguir trabajando y que no sea solamente por el deporte sino también el cuidado del medio ambiente y actividades culturales”, explica José Luis Bautista Nava, el Güero.
El Güero es basquetbolista; todos los días práctica este deporte, convive con los niños y jóvenes. Cuando puede salir a un encuentro deportivo en las comunidades aledañas, lo hace. Estudió informática en el Tecnológico de Ometepec, y desde 2008 organiza un torneo de básquetbol durante la feria anual de Cuanacaxtitlán.
Alejandro Díaz Hernández, egresado de la Escuela Normal Centenaria Ignacio Manuel Altamirano pero sin plaza, vive con tal pasión el deporte que se incorporó al Comité de Deporte Cuana, del cual funge como tesorero.
Él, como varios líderes comunitarios, trabaja activamente en la limpieza que todos organizaron. “Tenemos que trabajar para cambiar lo que no nos gusta; para esto tenemos que trabajar organizados, porque la unión hace la fuerza. No tengo una plaza de maestro, que es lo que estudié, pero me dedico al comercio; de ahí obtengo para mi familia”, expone.
Agrega: “Además de impulsar el deporte, el cuidado de medio ambiente y la cultura, también debemos de prever a los compañeros, buscar la forma de generar fuentes de empleo, porque es el principal problema que enfrentamos".
Y complementa: “Los chavos se van a las ciudades en busca de un trabajo, y regresan sin trabajo y con problemas como la droga y el alcohol”.
Moreno y bajo de estatura, Alejandro trabaja con sus compañeros, les incita a hacerlo en equipo. Todos aportan ideas. Lo que falta es el dinero. Los políticos les prometieron apoyo, botes de pinturas, pero no llegaron. Así que decidieron pintar con cal y sal, lo que importa es cambiar la imagen, que la única cancha donde juegan todas las tardes se vea distinta.
“Que los adultos no nos estigmaticen, sino que nos den su apoyo, como lo hizo Inocencio Hernández García, quien llegó con su cooperación, aunque nadie se lo pidió. El trabajo en equipo es lo que hace falta. Ojalá que otros compañeros se integren, porque unidos hacemos más”.

Veinticinco horas de viaje a La Laguna... una vida de padecimiento

El regreso tortuoso de los desplazados por la violencia


Kau Sirenio


"Qué triste se oye la lluvia / en los techos de cartón. / Que triste vive mi gente..." No es una simple canción de protesta. Es una realidad. Visten ropa desgarrada, unos con huaraches y otros descalzos. No comieron en todo el día, sólo probaron galletas, y refresco. Son niños, adolescentes y adultos que regresaron a la comunidad de La Laguna, Coyuca de Catalán, de donde fueron desplazados y obligados a vivir en Puerto las Ollas, desde el 21 de abril.
La madrugada del sábado, desde las 3:30 de la mañana, los hijos de Damián Díaz Pérez, tomaron una taza de café, luego cogieron sus cobijas y colchonetas, donde durmieron durante siete meses, subieron en una camioneta de tres toneladas, para darle calor a los pollitos que allí llevaban. Mientras los militares y policías del estado coordinaban el convoy.
Los reporteros también se alistan con sus cámaras para registrar con sus lentes el éxodo de los campesinos. Un Hummer con nueve soldados abordo, encabeza los 25 vehículos y una cuatrimoto forma parte el viaje.
“Son siete horas de Puerto las Ollas a La Laguna, si los carros fueran ligeros, o sea, de tres toneladas, pero con estos camiones no creo que hagamos el tiempo que nosotros hacemos cuando viajamos hacia allá. El camino está muy angosto; además hay muchas curvas. Esto nos detendrá por lo menos otras siete horas. Vamos a llegar a mi pueblo como a las seis de tarde” le dijo Damián, a Adelaido Memije Martínez, coordinador de la Comisión de Defensa de Derechos Humanos, en Tecpan.
Él, un campesino de 30 años de edad, conoce el terreno; creció allí, sabe que no es fácil andar en la sierra y vivir en Puerto las Ollas, que se ubica a 1998 metros de altitud sobre el nivel del mar. Sabe también que seguir viviendo con su familia le resultaría muy costoso, porque no se puede cultivar maíz ni otros granos básicos de alimentación. Todo se tiene que comprar.
La esperanza de vida en la sierra es mínima. Aquí no hay escuelas, centro de salud; la mayoría de la gente no saben leer y escribir, los jóvenes apenas terminan su primaria, pero no conocen más de sus derechos porque sus maestros sólo les enseñaron a leer y a escribir, como herramienta para salir de su pueblo.
Las carreteras son intransitables. Esta vía de comunicación parece que es un camino al infierno, por lo peligroso que es cuando llueve. El camino forma parte de las carreteras contrainsurgentes. En 1996, cuando apareció el Ejército Popular Revolucionario (EPR), se abrieron las brechas para llevar desarrollo, pero aún no se refleja en las comunidades: siguen sin conocer un médico.
Sin embargo, desde 1996 los campesinos se enfrentaron a un poder armado que no tiene contrapeso. Sin dinero, sin comida ni ropa, los campesinos de La Laguna no soportaron más la situación. Su líder, Rubén Santana Alonso, fue asesinado el 16 de febrero pasado, en tanto que su hijo, Sergio Santana Villa, y otras dos personas corrieron la misma suerte el 17 de abril. Todos ellos fueron emboscados por paramilitares que, a decir de los campesinos, viven en las comunidades de Hacienda de Dolores y Los Ciruelos.
Santana Alonso, Torres Cruz y García Ávila participaron en la fundación de la Organización de Campesinos Ecologistas de la Sierra de Petatlán y Coyuca de Catalán (OCESP), en 1998, cuyos integrantes han sido constantemente hostigados por talamontes, soldados y policías.


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Las 4:00 de la mañana. Después de que todos abordaron los camiones, y camionetas, inició el viaje que duraría 25 horas, tal como lo afirmó Damián. Una Hummer va a la vanguardia; le sigue una patrulla de la policía del estado. La camioneta de redilas lleva a los niños, que van temblando de frío. No llevan abrigos; los que sí los tienen no los comparten con otros niños porque apenas si alcanza para sus hermanitos. Van atrás de la patrulla.
Más atrás se oyen los motores de 10 volteos de 20 toneladas. Llevan maíz, Maseca, despensas, medicamentos, uniformes, útiles escolares, clavos, grapas, alambre de púas, láminas de cartón y aspersores. Además, en el mismo camión van colchonetas, utensilios de cocina, molinos para nixtamal, comales y ollas.
Los tres primeros volteos siguen al vehículo de reconocimiento, que se quedaría en la comunidad Las Palancas porque se descompuso. Los militares optaron por dejarlo allí, y esperar que en el transcurso del día el 19 batallón de infantería enviara un mecánico.
Otros vehículos transportan a mujeres y hombres. En la camioneta de la Comisión de Defensas de los Derechos Humanos viajan los reporteros; en el vehículo de Bertoldo Cruz Martínez van las reporteras de Acapulco. En la retaguardia, otro Hummer, patrulla de policía y siete camiones.
Cinco horas después, la retaguardia de la caravana avisó por radio que en la cuadrilla de Las Barrancas, tres volteos se quedaron atorados en una curva y que no podían avanzar porque les falta carga.  Esto demostró la falta de coordinación para llevar a los desplazados a su pueblo.
La espera duró más de dos horas. Tres camiones se regresaron camino porque no había condición para continuar el traslado.
Adelaido Memije Martínez, coordinador regional de la Comisión de Defensas de los Derechos Humanos, quien asistió como observador de la caravana, dijo que no hubo coordinación ni  planeación. La decisión de contratar volteos para los desplazados se hizo sin consultar a los afectados.
“Lo siento por los niños; ellos no han almorzado, se ven agotados. Y con este problema va ser difícil que lleguemos hoy a La Laguna. Llevamos más de cinco horas de camino y lo que dicen los señores es que hemos recorridos una cuarta parte del trayecto que tenemos que viajar”, se quejó.
El ombudsman regional cuestionó al secretario general de Gobierno, Huberto Salgado, por no enviar vehículos ligeros. “Los camiones no pueden pasar las curvas. Esto va a demorar el traslado”.
–¿Qué derechos se les viola a los desplazados? –se les pregunta.
–Todos –contesta.
–¿Cómo cuales? –se le insiste.
–El derecho a la salud, educación, vivienda, laboral, justicia, comunicación. Por eso les digo que todos. Sin embargo, estaremos vigilando que se cumplan estos derechos.
Mientras transcurre la plática, los militares siguen esperando a que lleguen los camiones para poder avanzar aunque sea otros kilómetros. Bertoldo y la señora Juventina, van hasta Las Barrancas para organizar el regreso de los camiones y que le garantice su seguridad.
A las 11:30 se reanuda la caravana. Ya no son 25 vehículos, porque se quedó una Hummer, y tres volteos regresaron hacia Vallecitos. Más tarde, en una curva, a un volteo se le dañó una muelle al cruzar un barranco, que tuvo que ser rellenado por los propios señores de La Laguna porque el tractor que iba a rastrillar nunca llegó. Así que, con motosierra en mano y palas se rehace el camino.


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–Una señora embarazada tiene bastante fiebre –dice el médico legista de la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos, Leónides Mancilla.
–Dale medicamento –contesta otra señora.
–No los tengo a la mano; no traje mi botiquín –justifica.
Media hora duró el trabajo. Todos le entraron, hasta los reporteros ayudaron para poder avanzar. Los niños empezaron a comer galletas y a tomar refrescos, porque sólo llevaban lo suficiente para siete horas, y apenas se avanzó una cuarta parte.
Las ganas de llegar pronto a la próxima comunidad dura muy poco, porque apenas lograron pasar tres curvas, volvió a descomponerse el mismo camión. La señora Juventina Villa Mujica, tomó la decisión de dejar allí el camión para poder avanzar.
En la descarga y cargar de uno a otro camión, la cadena humana se hizo presente. Policías, jóvenes, campesinos y reporteros, ayudaron para hacer más rápido el trabajo. Cuando los solidarios descargaban el camión descompuesto se dieron cuenta que llevaban medicamentos, pero no saben para qué sirven. También que llevaban uniformes escolares, aunque no hay escuela, ni maestros para que los niños usen sus útiles y los uniformes.
Al cruzar el puente hecho a base de madera, las pesadas llantas aflojaron la tierra y otra vez a rehacerlo, a esperar otra hora para poder avanzar. Al faldear los cerros, lo que parece el camino al infierno semeja una culebra que va dando vueltas.
Los árboles que adornan la brecha es lo único que anima a los que allí viajan. Aunque los niños siguen sin probar un bocado de tortilla o sopa caliente para aminorar el frío. Siguen temblando. Unos lloran, otros más duermen como tratando de olvidar el chillido en la panza.
Después de darle vuelta a las altas montañas que conforman la Sierra Madre del Sur, se escucharon las hélices de un helicóptero que pasaba allí. Los niños se emocionaron. Minutos después, la aeronave aterrizó en el patio de una casa de la comunidad Barranca de los Lirios. Policías y militares, de inmediato acordonaron el lugar, pues llegó el secretario de Seguridad Pública y Protección Civil, Ramón Almonte Borja, quien al ser entrevistado por los reporteros que cubren la caravana dijo que se quedaba para encabezar el operativo.
Subió a una patrulla, empezó su aventura en la sierra. A una media hora, Almonte Borja viviría su experiencia, ese dolor y coraje que sienten los campesinos cuando no pueden salir de la sierra, para llevar a sus enfermos al hospital. Porque el más próximo de la zona es Ciudad Altamirano; para llegar allí, el tiempo aproximado es de 15 horas, por las pésimas condiciones de la carretera.
Un camión cae en un barranco. El secretario de Seguridad y su gente regresan para sacarlo con la ayuda de un tractor. Esto demoró el curso del viaje. Así que después de 15 horas de camino, de nueva cuenta Juventina y Almonte Borja decidieron pernoctar en las Palomas.


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En una casa de madera adaptada para tienda comunitaria, los primeros que llegaron a comparar fueron los niños, esos niños descalzos, de labios resecos y narices de las que escurren mocos. Compraron galletas, panes, refrescos, jugos; también preguntaron si en la tienda se vende comidas.
Los reporteros también se apresuraron a comprar atún, sardinas, pan y galletas saladas para tratar de calmar el hambre que traían desde las tres y media de la mañana cuando inició el éxodo de los campesinos.
Marco Antonio Pompeyo, dueño de la tienda, al preguntar a los niños si ya comieron, estos pequeños le contestaron que no, que se despertaron desde la madrugada para regresar a su casa. Entonces, les ofreció comida, un café y dispuso la cocina para que las mujeres cocinaran.
Luego sacó un paquete de Maseca y lo puso sobre la mesa. Les dijo a las señoras que hicieran tortillas para los niños. Su hija trajo también un plato con requesón, crema y frijoles. Todos comieron; más tarde hubo café.
Dos mujeres de baja estatura echaron tortillas. Los guaches, como les dicen por acá a los niños, saciaron su hambre; después visitaron el corral de venadario que tiene el señor Pompeyo, quien dijo que hace seis años rescató un venadito de una semana de nacido, lo adoptó y a raíz de eso planeó hacer un venadario, el cual fue aprobado para el ejido donde vive.
Cayó la noche. Todos durmieron bajo el manto de la luna que cubrió la sierra. En la carpa de los policías del estado, una televisión blanco y negro fue encendida. El secretario de Seguridad Pública esperaba atento la pelea de Manny Pacquiao contra Juan Manuel Márquez. Todos quedaron desilusionados porque el artefacto no tiene más recepciones que un canal.
El domingo, todos despertaron a las 3:30 de la mañana para continuar el viaje. De Las Palomas a La Laguna, el viaje fue de suspenso, porque el camino estaba totalmente destrozado; todos se pusieron a trabajar para agilizar más el viaje. Pero en la radio que llevaba Juventina se escuchaban las conversaciones de los paramilitares que daban cuenta de la caravana. “Son marinos, policía y ministeriales, hay que partirle su madre”, decían dos hombres en el aparato.
A 30 minutos del poblado El Otate, se detuvo el convoy, ahora para descargar los seis camiones, porque ya es imposible continuar con el viaje: el camino no está en condición. Así que cargaron las patrullas y la camioneta de los pollos para continuar con el viaje hasta La Laguna.


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A las 2:30 de la tarde, los campesinos lograron regresar de nuevo a su pueblo. Las nueve casas están cayéndose. La casa donde vivió Juventina también está en pésima condición. Claudia, hija de Juventina, fue la única que no salió la noche del 21 de abril, cuando 30 adultos, la mayoría mujeres y ancianos, 77 niños, 34 de ellos menores de cinco años, atravesaron en siete camionetas y durante cinco horas el filo mayor de la Sierra Madre del Sur para llegar a Puerto Las Ollas, una comunidad encabezada por Álvaro García Ávila.
A Claudia le mataron a su marido. Quedó embarazada, pero no se fue con su madre a Puerto las Ollas. Decidió quedarse porque tiene ganado; eso le impidió acompañar a su vecinos cuando se desplazaron a la sierra. Pero hace dos meses los sicarios entraron a su casa, la golpearon, casi la matan. Así estuvo por más de tres días, sola con su abuela. Hasta que pudo caminar, bajó a la comunidad Hacienda de los Dolores, para aliviarse.
Después de 25 horas de viaje, por fin llegaron todos a La Laguna. Todos con hambre. El regreso causó emoción y lágrimas entres las familias. Ahora vivirán del recuerdo de los caídos. Los militares resguardarán La Laguna, pero no hay garantías de que puedan recobrar su vida cotidiana, así como lo hacían antes de partir a Puerto las Ollas, porque ni la presencia de soldados y policías pudo evitar que los paramilitares cortaran las mangueras, propiedad de los Santana.
Así viven los niños, en la zozobra, con el miedo de no amanecer vivos porque viven bajo fuego. Allí viven sin ropa y sin comida. Como dice la vieja canción: "Niños color de mi tierra / con sus mismas cicatrices / millonarios de lombrices / y por eso... / que triste viven los niños / en las casas de cartón...".