martes, 3 de diciembre de 2013

Lucio Cabañas a 39 años de su muerte...

Historia de una guerrilla vigente

Kau Sirenio

A casi cuatro décadas del enfrentamiento entre la columna guerrillea de Lucio Cabañas Barrientos y Ejército Mexicano en El Otatal, municipio de Tecpan de Galeana, donde cayó abatido el maestro normalista, nada ha cambiado para bien. Al contrario, la persecución y represión en contra de las organizaciones sociales en Guerrero se ha recrudecido en este lapso, es especial en el actual periodo de gobierno que encabeza el expriista Ángel Aguirre Rivero.
El lunes 2 de diciembre se cumplen 39 años de la muerte del comandante guerrillero de la comunidad de San Martín de las Flores, municipio de Atoyac, que en los años setenta se levantó en armas en contra del gobierno. Como cada año, organizaciones sociales y estudiantes de la Normal de Ayotzinapa conmemorarán el aniversario luctuoso.
En su libro Lucio Cabañas / el guerrillero sin esperanza, Luis Suárez cita que tras  la muerte del guerrillero la Secretaría de la Defensa Nacional emitió un comunicado en el que explicó: “Alrededor de las 9 de ese día, en la región El Otatal, municipio de Tecpan de Galeana, a unos 20 Kms. (sic), al NO de esta última población, fuerzas militares tuvieron un encuentro con el grupo delictivo del secuestrador y asaltante Lucio Cabañas Barrientos, en el que éste resultó muerto en compañía de otros 10 maleantes que los acompañaban”.
Hijo de Rafaela Barrientos y Cesáreo Cabañas Iturio, Lucio nació el 15 de diciembre de 1936, estudió la primaria en El Cayaco, municipio de Coyuca de Benítez; de ahí continúa la secundaria y el bachillerato en la escuela Normal Rural de Ayotzinapa.
A la edad de 23 años es electo secretario general de Comité Estudiantil Ricardo Flores Magón de la Normal de Ayotzinapa. Al surgir el movimiento estudiantil universitario que luchaba por la autonomía de la Universidad (antes Colegio del Estado), Lucio consultó a la base estudiantil si había condición para apoyar a los universitarios. La asamblea de ese día determinó que Ayotzinapa se incorporara a la protesta, que a la postre derrocó a Raúl Caballero Aburto de la gubernatura.
Un año después, la reunión de base lo eligió secretario general de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM).  Ya como dirigente de esta organización estudiantil que aglutinaba a las normales rurales de todo el país, dejó un año sus estudios para abocarse a resolver el conflicto interno de la separación de algunas normales, como El Mexe, Hidalgo.
Al regresar a Ayotzinapa, Lucio recibe al dirigente de Asociación Cívica Guerrerense (ACG), Genaro Vázquez Rojas, con quien tuvo cercanía durante el movimiento popular de 1960.
Al egresar de la Normal, el atoyaquense recibe la plaza de maestro de primaria, para atender a la localidad de Mexcaltepec, parte alta de Atoyac. Ahí encabeza su primera protesta a lado de los ejidatarios contra Silvicultora Industrial S. de R. L., por la tala inmoderada de los bosques que a la comunidad no le dejaba ningún beneficio.
Esta acción del normalista hizo que los madereros presionaran al gobierno estatal, a raíz de la cual Cabañas fue transferido a la escuela primaria Modesto Alarcón, Atoyac. Sin embargo,
Lucio no se retira del movimiento agrario, al contrario, funda la Delegación de la Central Campesina Independiente en esa región.
Así inicia su trabajo con los pueblos, bajo la premisa de “Ser pueblo, hacer pueblo y estar con el pueblo”.

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La lucha política de Lucio en Guerrero se fortalece cuando se une al líder de ACG, Genaro Vázquez Rojas, y al dirigente de Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM), Othón Salazar, para luchar en contra del entonces gobernador Raúl Caballero Aburto.
Sin dejar de lado el movimiento en Guerrero, Lucio Cabañas amplía su campo de acción y se incorpora al Movimiento de Liberación Nacional (MLN) y al Partido Comunista (PC). Desde ahí asesora y organiza la protesta campesina.
En su texto, Luis Suárez consigna que el maestro rural decía a la gente: “…que había maestros del pueblo que estamos dispuestos a orientar, no sólo en la educación, sino en su lucha como partes del pueblo; padres de familia, partes del pueblo contra todo el régimen, contra el gobierno, contra la clase rica”.
En la obra editada en 1976, el periodista dice que en 1965, por el activismo político de Lucio, el gobernador Raymundo Abarca Alarcón lo transfiere a la escuela rural de Tuitán, Durango, junto con Serafín Núñez. Las protestas de maestros de MRM en Guerrero obligaron a Abarca Alarcón a gestionar ante el secretario de Educación Pública, Agustín Yáñez, el regreso de Cabañas a su centro de trabajo, la escuela primaria Modesto Alarcón.
Al retornar a Guerrero, Lucio Cabañas retoma la lucha que enarbolaba antes de ser expulsado, y centra sus acciones en contra de los abusos de los talamontes, terratenientes, autoridades municipales y estatales, así como directores de escuelas que abusan de su puesto.

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El 18 de mayo de 1967, a las 8:00 de la mañana, los maestros de la escuela primaria Juan N. Álvarez se presentaron a laborar como de costumbre. Sin embargo en las inmediaciones del edifico escolar ya había un grupo de padres de familia que impedían el paso, la judicial y la motorizada respaldando a la directora de la escuela Julia Paco Piza.
Ante la presencia de agentes policiacos, la gente se enardeció al grado de impedir que los judiciales y motorizados ingresaran a la escuela. Cuando estaba el forcejeo llegó Lucio para asesorar a los padres de familia inconformes, tomando un micrófono para dar indicaciones; en ese instante el comandante de la motorizada intentó arrebatarle el micrófono a balazos. Entre la confusión de los padres de familia y maestros que apoyaban a Julia Paco Piza, se soltó la balacera dejando un saldo de 11 muertos. Como los agentes policiacos intentaban culpar a Cabañas por los acontecimientos, éste se refugia en la sierra para defenderse de la persecución gobiernista.
Así empieza su lucha, que duró siete años en la sierra, entre los matorrales y la balacera del Ejército que a su paso quemaba pueblos enteros para quitarle base social al maestro normalista, refiere Laura Castellanos en su libro México armado.
Ese día por la tarde, Lucio llega al ejido de San Martín y desde ahí organiza la lucha armada.
En una parte del libro donde Luis Suárez le da voz a Lucio, el guerrillero planteaba que no hacía que hubiera o no condiciones para hacer la revolución, que “cuando matan al pueblo, hay que matar enemigos del pueblo. Y de ahí parte la revolución, de ahí parte toda revolución”.
La rebelión en la sierra de Atoyac y Tecpan de Galeana se da desde lucha ideológica, así como la transformación de las condiciones de vida, opresión y miseria de los campesinos. “...lo que sí es cierto, es que con una matanza nos decidimos a no esperar otra. Y hemos dicho aquí: para que un movimiento armado empiece, necesita varias condiciones: que haya pobreza, que haya orientación revolucionaria, que haya un mal gobierno, que haya un maltrato directo de los funcionarios. Todas esas cosas se pueden aguantar, pero lo que no se aguanta es que se haga una matanza, eso sí no se puede aguantar...La forma de nuestra lucha, es la guerra de guerrillas, nuestra manera de enfrentar a los caciques será venadeándolos, cayéndoles de repente; también para los guachos, los tiras, los traidores. Nunca presentarnos en combate frontal”.
De acuerdo con datos periodísticos, al siguiente día funda en la sierra la Brigada Campesina de Ajusticiamiento, brazo armado de Partido de los Pobres. En las faldas del cerro La Patacua, zona de El Porvenir, en Atoyac de Álvarez, se insta la base de la Brigada.
Desde ahí organiza el campamento y prepara el primer ataque a un cuartel de 49 Batallón de Infantería.
La primera célula de la Brigada la integran 13 milicianos, unos fijos otros transitorios. La táctica de la guerrilla hace que unos duren dos meses en la sierra, luego regresen a su lugar de origen. El dinero para su movimiento lo obtienen mediante secuestros y robos a oficinas gubernamentales.
El siguiente paso de Cabañas es la constitución de comité de autodefensa. Esto lo obliga a recorrer toda la sierra para coordinar con los ejidos y comunidades de campesinos, logrando así conformar varios “Comités de Lucha”.
Suárez, quien fue jefe de redacción de la revista Siempre, registra: “Dos años después de que Lucio subió a la sierra, la Brigada ajusticia al Ing. Fierro en el arroyo Las Parotas, por participación en la masacre del 18 de mayo de 1967; En diciembre del mismo año, atacan a la policía judicial entre Atoyac y el Rincón de las Parotas, en esta emboscada hay dos bajas de la policía judicial. Semana después asaltan el Puente del Rey, apoderándose de 23 mil pesos.
“En 1970 secuestran al ganadero, Juan Gallardo, de San Jerónimo, en su rancho ubicado en la carretera Atoyac-Acapulco. Al año siguiente, el 29 de junio, con 16 miembros de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento emboscan a militares, pero varios de los milicianos mueren en el combate. Al día siguiente, en otra celada caen 16 soldados y varios oficiales. En junio de 1972, secuestran a Cuauhtémoc García Terán, en lugar de su hermano Ulises.
“El 30 de mayo de 1974, la Brigada logra secuestrar a Rubén Figueroa Figueroa, candidato a gobernador de Guerrero por el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Mientras mantenía en cautiverio al empresario de transporte, el ejército mexicano dirigido por el general Eliseo Jiménez Ruiz desata la campaña militar A ras de tierra para aislar las comunidades de los guerrilleros; el 8 de septiembre, en un enfrentamiento sangriento, Figueroa es liberado y el saldo es de 23 rebeldes muertos y un soldado herido.
“Los operativos contrainsurgentes no terminan ahí, al contrario, la persecución se intensifica hasta dar muerte a Cabañas. El 30 de noviembre otros 17 rebeldes caen abatidos, la muerte del comandante cada día está más cerca, el 2 de diciembre, el general Cuenca Díaz, secretario de la Defensa Nacional, informa que en Otatal, Guerrero, varios grupos militares se enfrentaron con los rebeldes, resultando muertos Lucio y los alzados “Roberto”, “Arturo” y “René”, en tanto que el ejército sufrió dos bajas. Fue sepultado en el panteón municipal de Atoyac de Álvarez por los militares de manera clandestina”.

Los restos mortales del guerrillero fueron exhumados en 2003, del panteón municipal de Atoyac —donde fue enterrado en secreto el 3 de diciembre de 1974 por soldados de 49 Batallón de Infantería pertenecientes a la 27 Zona Militar— para depositarlos al pie del obelisco que se le construyó en el zócalo de Atoyac, último sitio donde estuvo públicamente Lucio Cabañas tras la matanza de padres de familia del 18 de mayo de 1967. 

30 de noviembre de 2007

Otra historia de represión oficial

Kau Sirenio

Cuando Luis Hernández escuchó su nombre desde la celda del lado izquierdo de la entrada de los separos de Acapulco, creyó que su libertad se aproximaba. No fue así. Apenas dio unos pasos para atender el llamado, un hombre fornido lo tundió a culatazos en la espalda.
Ahí se dio cuenta que la tortura y la persecución contra la escuela Normal de Ayotzinapa apenas comenzaba.
Él y otros 55 de sus compañeros fueron detenidos y trasladados a los separos de la Procuraduría General de la República (PGR), delegación Guerrero, el 30 de noviembre de 2007 durante una protesta en la caseta de La Venta, de la Autopista del Sol, acusados de terrorismo, vandalismo y daños a las vías generales de comunicación. De los detenidos, 28 eran estudiantes, otros 28, de la Generación de Egresados de Ayotzinapa Lucio Cabañas Barrientos (GEA-LCB).
La represión contra los normalistas inició dos semanas antes. El 14 de noviembre de aquel año, fueron desalojados por cuerpos de anti-motines estatales del Congreso local, con tal exceso de fuerza que un centenar de estudiantes quedaron heridos.
–Al escuchar mi nombre pensé que era una visita, pero no fue así, apenas salí, me recibieron a culatazos. De ahí me llevaron a una oficina donde cuatro personas, entre ellos una mujer, me torturaron –recuerda el normalista.
El 30 de noviembre de 2007, egresados y estudiantes arribaron a la caseta la venta a las 11:40 para protestar en demanda de una audiencia con el gobernador. Apenas empezaban a pintar sus demandas con aerosol en las paredes, cuando comenzaron a llegar patrullas sector caminos de la Policía Federal Preventiva (PFP) con armas largas, toletes, escudos y gases lacrimógeno.

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Luis ingresó a la Normal Rural de Ayotzinapa a la edad de 20 años; antes estuvo en la sierra de Oaxaca como instructor comunitario de Consejo Nacional para el Fomento Educativo (Conafe). Ahí tuvo su primer acercamiento con los niños y de paso decidió ser maestro rural.
–Mi experiencia en Conafe es la más fuerte. Ahí aprendí a convivir con la pobreza extrema, vi la miseria, el hambre, el analfabetismo; muertos por tifoidea. Las muertes maternas se volvieron comunes por falta de médicos.
Recorrió la sierra de Oaxaca, en medio de encinos; caminó por las brechas. “Allá íbamos los instructores comunitarios, caminando veredas que eran en partes convertidas en sembradíos de mariguana. Nosotros los jóvenes quinceañeros, arriesgando todo, llegábamos para estar con ellos, en ocasiones meses enteros, comiendo sólo ejotes hervidos; y cuando bien nos iba un huevo estrellado en el comal”.
Originario de la costa chica de Oaxaca, Luis trabajó en una tortillería en Puerto Escondido. A los 14 años, formó parte de la empresa de un teniente coronel retirado Ejército. “Me mandó a la chingada, porque según él, me hacía un favor con darme un trabajo, porque no tenía la edad para trabajar; eso sí, sin seguro social”, recuerda.
De tez morena, el normalista habla de la injusticia que le tocó vivir en la sierra, desde los abusos de los militares que les robaban a los campesinos. “Los chatinos solo veían cuando los soldados se llevaban lo poco que tienen para comer”, dice.
Este proceso de aprendizaje comunitario llevó a Luis Hernández estudiar en Ayotzinapa, porque alguien le dijo que es la escuela para los pobres. Al terminar su estancia en Conafe se inscribió en Ayotzi, ocupando el lugar 80 del escalafón de aceptados.

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El viernes de hace seis años, Luis llegó a la caseta bordo de un autobús que transportaba a los de GEALCB. Atrás venía otro autobús con alumnos de la Normal de Ayotzinapa. El sol mañanero en Acapulco era inclemente. El sudor escurría en la cara de los normalistas.
De Ayotzinapa a Acapulco, egresados y normalistas fueron seguidos por un Tsuru rojo que de repente intentaba rebasarlos; luego se detenía. “El Tsuru, nos seguía de cerca; ese viernes algo presentíamos que iba a pasar, porque no era la única actividad, sino se estaba haciendo de manera simultánea en toda la región. Exigíamos la salida del secretario de Educación en Guerrero, por eso sentíamos que algo iba a pasar. Horas más tarde eso ocurrió”, recapitula.
“Llegando a la caseta de La Venta formamos comisiones. Algunos se dedicarían a hacer pintas, otros a volantear y un grupo menor a pedir cooperación a los automovilistas para el sustento del movimiento que comenzó en el mes de agosto”, recuerda.
–Cuando llegaron, ¿en la Caseta de la Venta había policías? –le inquiero.
–Sí. Una persona de tez morena se acercó a nosotros y preguntó: “¿Cuántos vienen?”. “Pocos”, contestó mi compañero. Un compañero le preguntó al interrogador si era reportero y de qué periódico o medio de comunicación era. “Soy de Gobernación”, contestó. De allí caminó hacia donde estaban apostados los federales, que luego se dispersaron alrededor de la caseta.
A los veinte minutos de que los normalistas llegaron, arribó otro camión de federales; los estudiantes decidieron no confrontar. Así que decidieron abordar los autobuses y regresar a la Normal de Ayotzinapa. Sin embargo, no lograron salir del cerco policiaco.
Los federales les cerraron el paso y comenzaron a golpearlos sin darles tiempo de correr, mientras que otros muchachos les gritaban a los policías que no los golpearan, que ya se iban. Uno alcanzó a decir: “Nos vamos, no queremos problemas”.
Los policías ya tenían acorralados a los manifestantes, los tenían a escasos 20 metros, impidiendo que los demás corrieran hacia los autobuses que ya empezaba avanzar de regreso a Chilpancingo. “Observamos que la intención no era que dejáramos la caseta, sino encarcelarnos”, narra Santiago.
El último que venía corriendo era Óscar Cotino Molina, que intentaba subir al segundo autobús. Pero no logró su cometido. Un policía federal que venía corriendo atrás de él, lo empujó contra el autobús. Al caer gritó fuerte, con una voz desesperante, y en cuestión de segundos estaba tirado bajo las llantas del autobús, mientras unos policías lo golpeaban.
Luis Hernández recuerda que escuchó en ese instante dos disparos. El pánico se apoderó de ellos. Un muchacho gritaba: “mataron a uno, hay que regresarnos”. Mientras que los policías gritaban: “Ya ven, por andar de guerrilleritos se los va a cargar la chingada, pendejos”.
El grito se pierde. De repente las voces se repiten: “no disparen cobardes, aquí estamos”. Del otro lado de la carretera eran sometidos a golpes, tirados en el asfalto de la Autopista. La fuerza de los federales es superior a la de los normalistas; pero conforme avanza la golpiza también van llegando más patrullas. Desde la patrulla que trae a seis policías apuntan hacia el autobús de GEA-LCB.
–¿Qué pensaste cuando viste que estaban apuntando? –pregunto.
–Pensé que nos dispararían
–recuerda–. Pero dispararon del otro extremo, fueron como tres tiros, mientras gritaban: “Aquí nadie los va a defender, maestritos pendejos”.
Cuando el autobús intentaba avanzar, una camioneta le cerró el paso. Los chavos intentaron bajar y huir, pero abajo los estaban esperando los policías para golpearlos.
Los policías seguían aplicando la fuerza a pesar de que los normalistas ya estaban sometidos. A un pelón lo tiraron en el chapopote a culatazos en la cabeza, mientras los demás eran golpeados con saña en el otro extremo.
Cuando los policías lograron someter a todos, empezaron los insultos en contra de los normalistas. “Venimos por ustedes, pinches chamacos pendejos. Por ustedes nos mandaron a Guerrero, bola de culeros. Bien estuvieran tomándose una cerveza, no que andan de revoltosos, pero ahora sí van a saber lo que es el gobierno, cabrones”, gritaba un policía gordo con lentes oscuros.
Un muchacho trató de ver la cara de los policías, pero fue sometido a golpes. “No me mires, hijo de tu puta madre, quítate tú pinche pañuelo, guerrillerito de mierda”, vociferaba el policía y seguía golpeado al pelón.
En ese momento llegó una persona que se fue directo contra un muchacho de playera verde y le dijo: “A ver, pendejos, me van a decir quién es el líder. Tú de la playera verde, me vas a decir o te rompo la madre”.  
“No sé”, contestó el estudiante todo tembloroso.
Los policías no conformes con la golpiza que le propinaron a estudiantes y egresados, les advirtieron: “El primero que mueva la cabeza, me lo echo”.
Sobre el bordo del lado norte se escuchó de nuevo el cerrojeo de varios fusiles, mientras otro policía seguía echando polvo de extintor en la cara de los normalistas.
A varios se les iba la respiración por el polvo del extintor. Un muchacho empezó a toser. Eso no le importó al granadero que le gritaba: “Eso querían, pendejos. Andan de revoltosos, ahora aguántense, para que vean que con el gobierno no se juega”, y volvió a rocearle en la cara.
Antes de subirlos a las patrullas que los llevarían a los separos de la PGR, les quitaron sus pertenencias (celulares, cinturones, dinero, collares, gorras y pañuelos), mientras unos policía les pisaban la cabeza y otros brincaban en la espalda de los normalistas y les gritaban: “Este pendejo ya no repara”. Los demás se reían.
–¿Dónde dejaron a las viejas, putos? Las hubieran traído para que nos divirtiéramos –dijo uno de los policías.
Un policía tomó a un pelón del cuello y le preguntó:
–¿De dónde eres, perro? –preguntó el policía.
–De Oaxaca –contestó asustado el pelón.
El policía le dio unos golpes en la boca del estómago y le gritó: “Aquí no es Oaxaca, pendejo, ni APPO, ni que nada.
–¿Eres de la APPO? –volvió a preguntar mientras lo golpeaba.
–No, soy estudiante –musitó.
–Tú vas a pagar lo que nos hicieron los pendejos de la APPO
–le advirtió el policía golpeándolo de nuevo.
A bordo de los camiones
que los trasladarían a la PGR, los policías prohibieron a los detenidos verles la cara y hablar. En las instalaciones policiacas, volviero a insultarlos y los grabaron con una videocámara; les preguntaron sus nombres, lugar de nacimiento, nombre de sus padres y la causa que los llevó a la caseta.
Cuatro horas después, metieron a Luis y a quince de sus compañeros en una celda de cuatro metros cuadrados. Hasta que llegaron los abogados de la Comisión de Defensa de
Derechos Humanos (Coddehum), los detenidos lograron salir al baño o tomar agua.
En la madrugada llegaron siete personas para sacar a Luis Hernández de la celda, se identificaron como jefes. Se lo llevaron a punta de toletazos mientras le decían: “A ver, cabroncito, te vamos a llevar aparte para enseñarte a no hacer desmadre”.
Lo tuvieron en un cuarto oscuro toda la mañana y allí lo interrogaron acerca del movimiento. Un policía le dijo que la orden era golpearlos y encarcelarlos, que Zeferino Torreblanca pidió apoyo a la federación porque estaba preocupado de que en Guerrero pasara lo mismo que en Oaxaca, y decía: “Ojalá que con esto ya le bajen, cabrones, porque el gobierno cuando quiere hasta puede desaparecerlos”.

***

Durante los dos días que estuvo detenido –dice Luis– lo torturaban en la noche y escuchaba los gritos cuando los policías golpeaban a sus compañeros. Sin saber qué hacer ni cómo moverse en el pequeño espacio, no le quedaba de otra que seguir de pie o en cuclillas.
–¿Qué te preguntaron durante el interrogatorio? –le digo.
–¿Perteneces al EPR o al ERPI? –me preguntó uno.
–¿Qué le dijiste? –insisto.
–Les dije que soy maestro recién egresado, que quiero ejercer mi profesión.
–¿Qué pasó después?
–Volvió a preguntarme de nuevo que si pertenecía a grupo de choque; le dije que no sabía que es eso. Me dijo: “Tenemos datos y antecedentes que has estado platicando con personas mayores de edad, dinos el nombre de esas personas”, mientras me golpeaba.
“Les dije el nombre de mis maestros pero no sabía sus apellidos; un hombre con acento del norte me dijo: ‘Anda, Güicho, habla mejor, no queremos partirte la madre. Tenemos órdenes precisas de hacerlo e incluso de cortarte el cuello ahorita mismo… habla, cabrón, antes de que me enoje’”.
Luis dice que durante el interrogatorio los policías lo saturaron con preguntas que van desde su grado escolar, donde estudió, quiénes fueron sus maestros, qué libros leía, con quién se juntaba. Al mismo tiempo, una mujer con una pistola en la cintura graba al egresado normalista.
–Me dio mucho temor. El interrogatorio se prolongó hasta las tres de la mañana, al salir de la oficina vi a Aurora Muñoz, (secretaria) de Derechos humanos del PRD; le pedí que se fijara a dónde me llevan.
Agrega: “Ella repentinamente volvió la mirada y les dijo a los policías: ‘A este muchacho no lo sacan de aquí; soy de derechos humanos’. Fue entonces que me trasladaron a una celda apartada de mis compañeros en donde estaban cinco policías federales custodiándome junto a tres compañeros más”.
Al amanecer el primer día de diciembre, Luis y sus compañeros recibieron visita del presidente municipal de Acapulco, Félix Salgado Macedonio, quien les llevó pollo frito. Más tarde llegó el diputado local Ramiro Solorio Almazán con los diarios locales y nacionales.
–Miren, son noticia nacional –les dijo Solorio Almazán–, no se preocupen, ustedes salen de aquí porque salen, canijos, échenle muchas ganas.
Más tarde llegaron los abogados de la Coddehum y dirigentes de organizaciones sociales.
Afuera de los separos de la PGR se oyen las consignas que retumban en el edificio maloliente por el sudor. “Genaro Vázquez Rojas / tu lucha no fue en vano / el fusil que nos dejaste / lo llevamos en la mano”.
La PGR pretendía consignar a los cinco identificados como dirigentes. “La postura era que saliéramos todos o nadie”, recuerda Luis.
–¿Qué hicieron cuando supieron el plan de la PGR? –pregunto.
–La negociación se prolongó. Las organizaciones sociales querían que saliéramos los cinco señalados como dirigentes y que los demás esperaran. Porque la intención del gobierno era fincar cargos a los dirigentes, para consignarnos al CERESO de Acapulco. Creo que fue la decisión más acertada tomada por los dirigentes que estaban negociando.

Agrega: “Entendimos que era la más viable, fuera nosotros podíamos sacar a los demás, dentro sería difícil salir nosotros mismos. Salimos el 2 de diciembre de 2007, fecha de la muerte en combate del profesor Lucio Cabañas Barrientos, nos fuimos a la normal a seguir en la lucha…no paramos”.