sábado, 25 de febrero de 2012

Ayotzinapa: madre en lucha


Unos huaraches de pata de gallo, rotos, a medio amarrar en los pies de Alfonsina Cipriano Barrera, son sus acompañantes en el ir y venir de Las Ánimas, municipio de Tecoanapa, a la Normal Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa. Los huaraches son testigos de cómo la mujer morena, gordita, siempre busca estar cerca de su hijo, el normalista, por lo menos una vez a la semana. Los miércoles es cuando lo hace.
Por la tarde, cuando el sol se ponía y sus rayos rojos brillaban en los cristales del comedor de la Normal, allí, la señora Cipriano Barrera, se detuvo para platicar de su hijo. La charla se extiende hasta muy tarde. Ella mueve y mueve sus pies con esos huaraches, tratando de recordar su vida que está llena de esfuerzo desde que nació.
Es baja, y un poco encorvada. Su cuerpo, roto por un trabajo incesante y los malos tratos que ha vivido, se movía sin ruido, ligeramente ladeado, como si temiera tropezar con algo. El ancho rostro surcado de arrugas, un poco hinchado, se iluminaba con sus ojos oscuros, tristes e inquietos como los de la mayoría de las mujeres del pueblo. Las canas contrastan con el espeso pelo negro.
Su rostro café, humo, brillantes sus dientes de hambre, es el recuerdo de una mujer que nació para luchar con uñas y dientes para mantener a sus tres hijos, como madre soltera. Son hijos de dos hombres diferentes, sus apellidos no coinciden, la mayor se llama Elvia. De ahí sigue Odibel y Santiago Victoriano Cipriano.
Dice que todas la mañana, entre el humo y el olor a aceite de la comunidad de Las Ánimas, un pueblo campesino, los ladridos de los perros y el relinchido de los caballos es ruido cotidiano. Allí creció; pero nunca conoció a su madre, porque murió cuando Alfonsina apenas tenía 10 meses de nacida. Se quedó al cuidado de su tía Hermelinda, quien la crió en una casita de madera de paredes rellenas de tierra colorada. Allí vivió hasta que la tía se casó. La soledad y el abandono regresaron de nueva cuenta, así que buscó a su abuela materna, para que viviera con ella. Su papá se volvió a casar. No había forma de vivir con él.
Ella no descansa. Durante la cosecha en Las Ánimas trabaja de peón y por la tarde vende masa. Es su única fuente de ingreso. De ahí mantiene los estudios de Odibel, en la Normal, y a Santiago, quien estudia ingeniería en la ciudad de México.
–Él quería estudiar medicina; pasó el examen en la escuela de medicina en Acapulco, pero es muy costoso, por eso le pedí que desistiera de esa idea. Mi hijo lloró cuando le dije eso. Pero también me entendió –dice mientras recoge sus cabellos.
Trabajar está en su naturaleza. No es la primera vez que lo hace. A los ocho años, ante la falta de dinero para su comida, trabajó como ayudante con una familia. Su salario fue de cinco pesos mensuales. Por eso repite y repite que ella apoyará a los normalistas en todas las acciones que emprendan para defender a la escuela.
–Aquí estaré para apoyar a los muchachos, así como lo he hecho hasta ahora. Hace una semana fui a la marcha en la ciudad de México, y aquí estoy para las otras marchas. Mi hijo y yo tenemos una deuda con esta escuela. No sé leer ni escribir, pero sí entiendo muy bien lo que pasa en Guerrero –asegura con voz ronca de tanto gritar consignas en apoyo a los normalistas.
Cada vez que visita a su hijo, Alfonsina siempre trae despensa para la Normal. Durante su tiempo libre visita a sus vecinos para recolectar víveres, como atún, arroz, frijol, jamaica y dinero; toda la colecta la entrega al comité de la cocina de la Normal.
Recuerda el dolor que sintió cuando Odibel le dijo que iba estudiar en Ayotzinapa. Acepta que no estuvo de acuerdo que él fuera normalista por lo que se decía de los estudiantes, que no estudian y que son guerrilleros; eso lo escuchó de sus paisanos que trabajan en el gobierno, cuando iban a la casa de su comadre Evelia, donde vive, porque no tiene casa propia.
Con el paso de los años, su hijo le fue diciendo la importancia de la lucha, pero también le advirtió de las carencias en la Normal, de su dieta diaria que consistía en huevo, frijoles y arroz. También le contó que en “la caverna” donde vivió el primer año, es un espacio tan pequeño que apenas es de tres metros cuadrados, pero allí vivía con siete compañero más. Alfonsina reconoce que fue esa historia que su hijo le contaba la que le hizo cambiar de idea y fue cuando se incorporó de lleno a las actividades de la Normal.
–Para seguir en esta lucha voy a vender mi maíz. Lucharé con todo para que no la cierren, porque hay otros muchachos pobres al igual que mi hijo que desean estudiar. Si el gobierno decide hacerlo, nosotros como padres de familia tendremos que defenderla cueste lo que cueste.
Cuenta que cuando tuvo 13 años iba a las fiestas a ayudar en la molienda para ganarse la comida, que compartía con su abuela, que de ese sufrimiento le nació apoyar sus hijos para que estudiaran, y que son su única esperanza. Los hijos de Alfonsina son ahora como el seguro para la vejez, porque no tiene
IMSS, ISSSTE, no conoce qué es eso, apenas si está en la larga lista de Seguro Popular. Desconfía del gobierno.
–No se puede confiar en un gobierno que mata –dice–, un gobierno que atiende a los estudiantes con balazos no se le puede creer. Por eso lucharé a lado de mi hijo... pido justicia para los muchachos caídos. Ellos eran la esperanza de sus padres; ahora están muertos.
Le digo a Odibel que se cuide del gobierno, que no se crea de las promesas, porque Ángel Aguirre Rivero, cuando andaba en campaña prometió mucho y no ha resuelto nada. En lugar de mejorar la condición de transporte ahora aumentó el pasaje. En lugar de más escuela, sus policías mataron a dos estudiantes. Es un gobierno mentiroso. Lo único que sabes es mentir.
–¿No tiene miedo? –se le pregunta.
–¡No soy una ladrona! Hace un mes mataron a dos muchachitos normalistas.
Ellos tampoco eran ladrones. Los mataron porque luchaban por una educación digna, así como más matrícula para los hijos de los campesinos; cayeron muertos; mi hijo fue golpeado, lo trataron como animal, porque él también es pobre y lucha por su escuela. Su demanda es ahora mi demanda. Lo llevaré en mi pueblo, para que todos conozcan y reflexionen la verdad...

Lo menos, es que las demandas de Ayotzinapa son justas

“¿Secuestrados?”, preguntan los choferes de autobuses retenidos

Kau Sirenio

Es lunes por la mañana. El operador del autobús Estrella Blanca circula sobre la carretera Iguala-Chilpancingo. Por manejar un kilómetro le paga 67 centavos más 4 por ciento de comisión. Su hija estudia en una escuela particular, la mensualidad es de mil 400 pesos. Él como muchos otros trabajadores tienen la consigna de sus empresas de autobuses de atender el llamado de los estudiantes cuando hay movimiento estudiantil, como el de los normalistas de Ayotzinapa.

Otro operador de la ruta Morelia- ciudad de México, quien lleva 20 días con los normalistas, lo confirma. Él habla de la lucha estudiantil como si fuera propia. Conoce muy bien este movimiento porque dice que en su natal Michoacán, los estudiantes recurren a la misma presión para ser escuchados. Jorge Gabriel, es un hombre de estatura mediana, ojos cafés, y piel bronceada. Tiene la ruta Acapulco- Chilpancingo, Iguala-Taxco, Cuernavaca- ciudad de México. Conoce muy bien el estado de Guerrero, desde La Montaña hasta las dos costas. Su vida ha sido siempre en el volante.

Cada año los normalistas realizan distintas actividades con el fin de que se cumpla su pliego petitorio. La gerencia de las empresas de autotransporte, diseñan una estrategia con los conductores de los autobuses, con el fin de que las unidades no sufran daños. Ahí les dicen a los choferes que no pongan resistencia cuando los estudiantes les piden que los lleven.

Una vez que un autobús es llevado a la instalación de la Normal de Ayotzinapa, los estudiantes se ponen en contacto con la gerencia, para informar que la unidad estará en la escuela, y se hacen cargo de los choferes. Les dan la comida que ellos comen, frijoles y arroz, mientras otro grupo asea el automotor para que tenga buena presentación.

Jorge Gabriel dice con mucha seguridad que él no está secuestrado, como lo afirman los medios de comunicación locales.

–Las empresas tienen conocimientos que estoy aquí aunque no me llaman. Ellos me piden que haga todo lo que me pidan los estudiantes, para que no le pase nada a la unidad de transporte. No hay ni secuestro ni robo. Aquí me siento tan libre que dispongo mi tiempo, salvo cuando hay una salida a otra ciudad –dice mientras toma un sorbo de agua.

–¿Estás secuestrado? – se les pregunta.

–No. Estoy bien. Hasta ahora mi familia sabe que estoy aquí, mi esposa me visita todas las veces que puede. Más bien estoy retenido. Decir secuestro es palabra mayor –contesta el operador.

Durante la plática el operador de autobús narra su historia en las carreteras. Cada vez que contesta una pregunta el hombre trata de ser fuerte. Se esconde atrás de la camión que maneja para que su esposa no lo vea cuando les ruedan las lágrimas.

–Esta crisis es ante la falta de atención de las demandas de los estudiantes. Ellos sólo piden un trato digno. Pero el gobierno los reprime, lo denigra ante la sociedad. Me duele mucho ver cómo están satanizando a los chavos, lo digo porque soy padre.

Cuenta de su precario salario, de los kilometrajes que recorre al día o por la noche. Sus accidentes en las carreteras, así como las veces que policía federal de camino lo multaron. Su vida está llena de historias. Historias que se engarzan de una ciudad a otra.

–¿Cómo te tratan los estudiantes? –se le insiste.

–Bien, hay confianza con ellos. Uso los baños que tienen en su dormitorio. Eso sí que el agua está fría. Aquí no hay comodidad como se ha dicho, es la segunda vez que vengo como operador de un autobús retenido. Yo no. Puedo salir cuando yo quiera y entrar cuando quiera mientras cuide que no se dañe o se maltrate.

Jorge Gabriel, trata de explicar el movimiento de los normalistas. También habla de sus hijos del trato con ellos.

–El mayor estudia bachillerato, pago la inscripción, sus útiles escolares, es mucho gasto pero es necesario invertir en él, es mi orgullo. Mi hija menor estudia en una secundaria particular, al mes pago mil 400 pesos. Además de sus útiles escolares, hay que comprar uniforme.

–¿Alcanza tu salario para cubrir estos gastos?

–Apenas salgo tablas, por eso creo e insisto que la defensa de la educación pública es necesaria.

Tal vez las marchas afecten a otros pero ante la cerrazón del gobierno esto es necesario. Si mi hijo estuviera aquí o saliera a la calle a pedir lo que por derecho le corresponde allí estaré. Ahora que estoy en esta normal me doy cuenta de cómo los campesinos, apenas comen una tortilla al día, pero no desisten, porque quieren los mejor para sus hijos, lo mismo que yo quiero para los mío.

Mientras transcurre la plática con Jorge Gabriel, los estudiantes provenientes de otras normales, platican con los operadores de otros autobuses. Juegan con ellos, los llaman tíos, aunque no hay ningún lazo familiar. La confianza entre los choferes y base estudiantil es notoria.

El operador de la ruta Michoacán- Ciudad de México, pide el anonimato.

–Si digo mi nombre o la empresa donde trabajo, ellos van a tomar represalias en mi contra. No quiero que pase eso, porque de ahí mantengo a mi familia.

Cuenta su historia. Explica el monto de su salario. También conoce el movimiento estudiantil. Dice que la empresa de autotransporte sabe de la lucha de los jóvenes.

–Los empresarios están conscientes por eso no levantan cargos. Cuando inicia el periodo escolar, saben que habrá movimiento estudiantil, por eso nos dicen que en caso que los normalista tomaran un autobús, que no se ponga resistencia.

El punto obligado es saber si los operadores coinciden con las personas que dicen que los normalistas secuestran autobuses.

–¿Estas secuestrado?.
–No. Porque secuestro se da cuando privan la libertad a una persona y piden a cambio dinero. Además en el secuestro se vive en cautiverio. Aquí no. Somos tan libres que jugamos futbol con los chavos, nos llevan a conocer las instalaciones de la Normal, de sus terrenos. Nos cuentan de las luchas que han emprendido por la defensa de educación pública.