martes, 6 de diciembre de 2011

Veinticinco horas de viaje a La Laguna... una vida de padecimiento

El regreso tortuoso de los desplazados por la violencia


Kau Sirenio


"Qué triste se oye la lluvia / en los techos de cartón. / Que triste vive mi gente..." No es una simple canción de protesta. Es una realidad. Visten ropa desgarrada, unos con huaraches y otros descalzos. No comieron en todo el día, sólo probaron galletas, y refresco. Son niños, adolescentes y adultos que regresaron a la comunidad de La Laguna, Coyuca de Catalán, de donde fueron desplazados y obligados a vivir en Puerto las Ollas, desde el 21 de abril.
La madrugada del sábado, desde las 3:30 de la mañana, los hijos de Damián Díaz Pérez, tomaron una taza de café, luego cogieron sus cobijas y colchonetas, donde durmieron durante siete meses, subieron en una camioneta de tres toneladas, para darle calor a los pollitos que allí llevaban. Mientras los militares y policías del estado coordinaban el convoy.
Los reporteros también se alistan con sus cámaras para registrar con sus lentes el éxodo de los campesinos. Un Hummer con nueve soldados abordo, encabeza los 25 vehículos y una cuatrimoto forma parte el viaje.
“Son siete horas de Puerto las Ollas a La Laguna, si los carros fueran ligeros, o sea, de tres toneladas, pero con estos camiones no creo que hagamos el tiempo que nosotros hacemos cuando viajamos hacia allá. El camino está muy angosto; además hay muchas curvas. Esto nos detendrá por lo menos otras siete horas. Vamos a llegar a mi pueblo como a las seis de tarde” le dijo Damián, a Adelaido Memije Martínez, coordinador de la Comisión de Defensa de Derechos Humanos, en Tecpan.
Él, un campesino de 30 años de edad, conoce el terreno; creció allí, sabe que no es fácil andar en la sierra y vivir en Puerto las Ollas, que se ubica a 1998 metros de altitud sobre el nivel del mar. Sabe también que seguir viviendo con su familia le resultaría muy costoso, porque no se puede cultivar maíz ni otros granos básicos de alimentación. Todo se tiene que comprar.
La esperanza de vida en la sierra es mínima. Aquí no hay escuelas, centro de salud; la mayoría de la gente no saben leer y escribir, los jóvenes apenas terminan su primaria, pero no conocen más de sus derechos porque sus maestros sólo les enseñaron a leer y a escribir, como herramienta para salir de su pueblo.
Las carreteras son intransitables. Esta vía de comunicación parece que es un camino al infierno, por lo peligroso que es cuando llueve. El camino forma parte de las carreteras contrainsurgentes. En 1996, cuando apareció el Ejército Popular Revolucionario (EPR), se abrieron las brechas para llevar desarrollo, pero aún no se refleja en las comunidades: siguen sin conocer un médico.
Sin embargo, desde 1996 los campesinos se enfrentaron a un poder armado que no tiene contrapeso. Sin dinero, sin comida ni ropa, los campesinos de La Laguna no soportaron más la situación. Su líder, Rubén Santana Alonso, fue asesinado el 16 de febrero pasado, en tanto que su hijo, Sergio Santana Villa, y otras dos personas corrieron la misma suerte el 17 de abril. Todos ellos fueron emboscados por paramilitares que, a decir de los campesinos, viven en las comunidades de Hacienda de Dolores y Los Ciruelos.
Santana Alonso, Torres Cruz y García Ávila participaron en la fundación de la Organización de Campesinos Ecologistas de la Sierra de Petatlán y Coyuca de Catalán (OCESP), en 1998, cuyos integrantes han sido constantemente hostigados por talamontes, soldados y policías.


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Las 4:00 de la mañana. Después de que todos abordaron los camiones, y camionetas, inició el viaje que duraría 25 horas, tal como lo afirmó Damián. Una Hummer va a la vanguardia; le sigue una patrulla de la policía del estado. La camioneta de redilas lleva a los niños, que van temblando de frío. No llevan abrigos; los que sí los tienen no los comparten con otros niños porque apenas si alcanza para sus hermanitos. Van atrás de la patrulla.
Más atrás se oyen los motores de 10 volteos de 20 toneladas. Llevan maíz, Maseca, despensas, medicamentos, uniformes, útiles escolares, clavos, grapas, alambre de púas, láminas de cartón y aspersores. Además, en el mismo camión van colchonetas, utensilios de cocina, molinos para nixtamal, comales y ollas.
Los tres primeros volteos siguen al vehículo de reconocimiento, que se quedaría en la comunidad Las Palancas porque se descompuso. Los militares optaron por dejarlo allí, y esperar que en el transcurso del día el 19 batallón de infantería enviara un mecánico.
Otros vehículos transportan a mujeres y hombres. En la camioneta de la Comisión de Defensas de los Derechos Humanos viajan los reporteros; en el vehículo de Bertoldo Cruz Martínez van las reporteras de Acapulco. En la retaguardia, otro Hummer, patrulla de policía y siete camiones.
Cinco horas después, la retaguardia de la caravana avisó por radio que en la cuadrilla de Las Barrancas, tres volteos se quedaron atorados en una curva y que no podían avanzar porque les falta carga.  Esto demostró la falta de coordinación para llevar a los desplazados a su pueblo.
La espera duró más de dos horas. Tres camiones se regresaron camino porque no había condición para continuar el traslado.
Adelaido Memije Martínez, coordinador regional de la Comisión de Defensas de los Derechos Humanos, quien asistió como observador de la caravana, dijo que no hubo coordinación ni  planeación. La decisión de contratar volteos para los desplazados se hizo sin consultar a los afectados.
“Lo siento por los niños; ellos no han almorzado, se ven agotados. Y con este problema va ser difícil que lleguemos hoy a La Laguna. Llevamos más de cinco horas de camino y lo que dicen los señores es que hemos recorridos una cuarta parte del trayecto que tenemos que viajar”, se quejó.
El ombudsman regional cuestionó al secretario general de Gobierno, Huberto Salgado, por no enviar vehículos ligeros. “Los camiones no pueden pasar las curvas. Esto va a demorar el traslado”.
–¿Qué derechos se les viola a los desplazados? –se les pregunta.
–Todos –contesta.
–¿Cómo cuales? –se le insiste.
–El derecho a la salud, educación, vivienda, laboral, justicia, comunicación. Por eso les digo que todos. Sin embargo, estaremos vigilando que se cumplan estos derechos.
Mientras transcurre la plática, los militares siguen esperando a que lleguen los camiones para poder avanzar aunque sea otros kilómetros. Bertoldo y la señora Juventina, van hasta Las Barrancas para organizar el regreso de los camiones y que le garantice su seguridad.
A las 11:30 se reanuda la caravana. Ya no son 25 vehículos, porque se quedó una Hummer, y tres volteos regresaron hacia Vallecitos. Más tarde, en una curva, a un volteo se le dañó una muelle al cruzar un barranco, que tuvo que ser rellenado por los propios señores de La Laguna porque el tractor que iba a rastrillar nunca llegó. Así que, con motosierra en mano y palas se rehace el camino.


***


–Una señora embarazada tiene bastante fiebre –dice el médico legista de la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos, Leónides Mancilla.
–Dale medicamento –contesta otra señora.
–No los tengo a la mano; no traje mi botiquín –justifica.
Media hora duró el trabajo. Todos le entraron, hasta los reporteros ayudaron para poder avanzar. Los niños empezaron a comer galletas y a tomar refrescos, porque sólo llevaban lo suficiente para siete horas, y apenas se avanzó una cuarta parte.
Las ganas de llegar pronto a la próxima comunidad dura muy poco, porque apenas lograron pasar tres curvas, volvió a descomponerse el mismo camión. La señora Juventina Villa Mujica, tomó la decisión de dejar allí el camión para poder avanzar.
En la descarga y cargar de uno a otro camión, la cadena humana se hizo presente. Policías, jóvenes, campesinos y reporteros, ayudaron para hacer más rápido el trabajo. Cuando los solidarios descargaban el camión descompuesto se dieron cuenta que llevaban medicamentos, pero no saben para qué sirven. También que llevaban uniformes escolares, aunque no hay escuela, ni maestros para que los niños usen sus útiles y los uniformes.
Al cruzar el puente hecho a base de madera, las pesadas llantas aflojaron la tierra y otra vez a rehacerlo, a esperar otra hora para poder avanzar. Al faldear los cerros, lo que parece el camino al infierno semeja una culebra que va dando vueltas.
Los árboles que adornan la brecha es lo único que anima a los que allí viajan. Aunque los niños siguen sin probar un bocado de tortilla o sopa caliente para aminorar el frío. Siguen temblando. Unos lloran, otros más duermen como tratando de olvidar el chillido en la panza.
Después de darle vuelta a las altas montañas que conforman la Sierra Madre del Sur, se escucharon las hélices de un helicóptero que pasaba allí. Los niños se emocionaron. Minutos después, la aeronave aterrizó en el patio de una casa de la comunidad Barranca de los Lirios. Policías y militares, de inmediato acordonaron el lugar, pues llegó el secretario de Seguridad Pública y Protección Civil, Ramón Almonte Borja, quien al ser entrevistado por los reporteros que cubren la caravana dijo que se quedaba para encabezar el operativo.
Subió a una patrulla, empezó su aventura en la sierra. A una media hora, Almonte Borja viviría su experiencia, ese dolor y coraje que sienten los campesinos cuando no pueden salir de la sierra, para llevar a sus enfermos al hospital. Porque el más próximo de la zona es Ciudad Altamirano; para llegar allí, el tiempo aproximado es de 15 horas, por las pésimas condiciones de la carretera.
Un camión cae en un barranco. El secretario de Seguridad y su gente regresan para sacarlo con la ayuda de un tractor. Esto demoró el curso del viaje. Así que después de 15 horas de camino, de nueva cuenta Juventina y Almonte Borja decidieron pernoctar en las Palomas.


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En una casa de madera adaptada para tienda comunitaria, los primeros que llegaron a comparar fueron los niños, esos niños descalzos, de labios resecos y narices de las que escurren mocos. Compraron galletas, panes, refrescos, jugos; también preguntaron si en la tienda se vende comidas.
Los reporteros también se apresuraron a comprar atún, sardinas, pan y galletas saladas para tratar de calmar el hambre que traían desde las tres y media de la mañana cuando inició el éxodo de los campesinos.
Marco Antonio Pompeyo, dueño de la tienda, al preguntar a los niños si ya comieron, estos pequeños le contestaron que no, que se despertaron desde la madrugada para regresar a su casa. Entonces, les ofreció comida, un café y dispuso la cocina para que las mujeres cocinaran.
Luego sacó un paquete de Maseca y lo puso sobre la mesa. Les dijo a las señoras que hicieran tortillas para los niños. Su hija trajo también un plato con requesón, crema y frijoles. Todos comieron; más tarde hubo café.
Dos mujeres de baja estatura echaron tortillas. Los guaches, como les dicen por acá a los niños, saciaron su hambre; después visitaron el corral de venadario que tiene el señor Pompeyo, quien dijo que hace seis años rescató un venadito de una semana de nacido, lo adoptó y a raíz de eso planeó hacer un venadario, el cual fue aprobado para el ejido donde vive.
Cayó la noche. Todos durmieron bajo el manto de la luna que cubrió la sierra. En la carpa de los policías del estado, una televisión blanco y negro fue encendida. El secretario de Seguridad Pública esperaba atento la pelea de Manny Pacquiao contra Juan Manuel Márquez. Todos quedaron desilusionados porque el artefacto no tiene más recepciones que un canal.
El domingo, todos despertaron a las 3:30 de la mañana para continuar el viaje. De Las Palomas a La Laguna, el viaje fue de suspenso, porque el camino estaba totalmente destrozado; todos se pusieron a trabajar para agilizar más el viaje. Pero en la radio que llevaba Juventina se escuchaban las conversaciones de los paramilitares que daban cuenta de la caravana. “Son marinos, policía y ministeriales, hay que partirle su madre”, decían dos hombres en el aparato.
A 30 minutos del poblado El Otate, se detuvo el convoy, ahora para descargar los seis camiones, porque ya es imposible continuar con el viaje: el camino no está en condición. Así que cargaron las patrullas y la camioneta de los pollos para continuar con el viaje hasta La Laguna.


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A las 2:30 de la tarde, los campesinos lograron regresar de nuevo a su pueblo. Las nueve casas están cayéndose. La casa donde vivió Juventina también está en pésima condición. Claudia, hija de Juventina, fue la única que no salió la noche del 21 de abril, cuando 30 adultos, la mayoría mujeres y ancianos, 77 niños, 34 de ellos menores de cinco años, atravesaron en siete camionetas y durante cinco horas el filo mayor de la Sierra Madre del Sur para llegar a Puerto Las Ollas, una comunidad encabezada por Álvaro García Ávila.
A Claudia le mataron a su marido. Quedó embarazada, pero no se fue con su madre a Puerto las Ollas. Decidió quedarse porque tiene ganado; eso le impidió acompañar a su vecinos cuando se desplazaron a la sierra. Pero hace dos meses los sicarios entraron a su casa, la golpearon, casi la matan. Así estuvo por más de tres días, sola con su abuela. Hasta que pudo caminar, bajó a la comunidad Hacienda de los Dolores, para aliviarse.
Después de 25 horas de viaje, por fin llegaron todos a La Laguna. Todos con hambre. El regreso causó emoción y lágrimas entres las familias. Ahora vivirán del recuerdo de los caídos. Los militares resguardarán La Laguna, pero no hay garantías de que puedan recobrar su vida cotidiana, así como lo hacían antes de partir a Puerto las Ollas, porque ni la presencia de soldados y policías pudo evitar que los paramilitares cortaran las mangueras, propiedad de los Santana.
Así viven los niños, en la zozobra, con el miedo de no amanecer vivos porque viven bajo fuego. Allí viven sin ropa y sin comida. Como dice la vieja canción: "Niños color de mi tierra / con sus mismas cicatrices / millonarios de lombrices / y por eso... / que triste viven los niños / en las casas de cartón...".

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