viernes, 30 de septiembre de 2011

Acapulco: del más triste recuerdo a la más triste realidad

Kau Sirenio

eres el amor del cual yo tengo, el más triste recuerdo de Acapulco”, el reproche de la popular melodía, inspiración de hace tres décadas del llamado Divo de Juárez, ciudad con la que hoy por hoy el puerto guerrerenses tiene una trágica similitud, quedó rebasado. Hoy, no sólo es el más triste recuerdo, es el más triste presente, la más triste realidad.
El sol pega duro a las 4 de la tarde, las 3 del horario normal. La Caravana al Sur que encabeza el poeta morelense Javier Sicilia, entra a la Vacacional, colonia periférica del puerto en los noventa, ahora convertida en escenario del crimen organizado, entra a la Zona Cero de Guerrero; Acapulco, donde en una acelerada espiral de violencia se pasó de 10 asesinatos al mes en 2005, a 35 o 40 al siguiente mes; y luego, en octubre, noviembre, brincó a 80, 90. Hoy, 11-s del año 2011, está en 150 mensuales.
Quizá por eso, en el boulevard Vicente Guerrero, a la altura de la plaza comercial Vacacional, hay policías armados hasta los dientes, como dice el lugar común, a cada diez metro, y en la  bocacalle, una patrulla preparada para cualquier cosa. Cuando menos hoy que los ojos del país y del mundo vigilan  el recorrido de la singular caravana.
A esa hora, la caravana es esperada por acapulqueños vestidos de blanco unos: con el uniforme bien puesto otros, el de sus trabajos: cocineros, camaristas, jardineros y botones, entre otros con rostro de indignación.
El calor arrecia, hace sudar. Pero nadie se mueve de su lugar. El asta de la bandera gigante de la costera, aglutinas a los dolientes de Acapulco: madres que lloran la desaparición de sus hijos; hijos que lloran  la pérdida de sus padres; esposas que extrañan la presencia del esposo; amigos que se duelen por la falta amigo.
Se agrupan bajo el enorme lienzo tricolor, símbolo que paradójicamente representa su vida actual. Verde de la esperanza de encontrar al ser que perdieron; blanco de la paz que promueve su movimiento, y, sobre todo, rojo que ya no representa la pasión, sino la sangre derramada a raudales en estos cinco años, el infierno en que se convirtió el antaño paraíso de América.
Atrás, muy atrás, quedaron los años maravillosos de Acapulco, cuando en los festivales se hacían en la playa o en el primermundista Centro de Convenciones, y los costeños agringados decían “Brodi, hay que poner otra vez Amor eterno”, y todos la coreaban con Juan Gabriel, desde una casetera. Como no acordarse de la canción que le dio renombre al Puerto.
Este sábado, esa catarsis se transformó en dolor y gritos, de ¡Ya basta! ¡Justicia!, consigna que corearon junto con el escritor al que al igual le cambio de súbito cuando el 28 de marzo el crimen organizado asesinó a su hijo Juan Francisco, con otros seis jóvenes.


Historia de violencia


Rosamaría, una joven bajita de playera blanca,  y gorra también blanca, sostiene en la mano un cartel en el que denuncia los atropellos que ha sufrido en estos cinco años de violencia extrema en el puerto. Plática  a los reporteros del DF que los militares le han robado varias veces.


–Llegaron a mi casa con mucha violencia, porque en la colonia hubo una balacera… ese día hubo varios muertos –relata.
– ¿Qué representa para ti esta marcha? –pregunta uno de los reporteros.
–Aquí  estoy segura; somos muchos los que estamos aquí, así que no creo que nos hagan algo malo –supone.
–Tengo mucho miedo... Acapulco no era así, nunca pensé que nosotros los pobres estuviéramos en medio de esta pugna de poder.


En la entrada del Fuerte de San Diego, fortaleza del siglo XVI, Pablo Guzmán Hernández, integrante de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias, espera paciente a que llegue la marcha, para incorporarse, Asunción Ponce Ramos, Felicitas Martínez Solano y tres policías comunitarios uniformados de verde olivo, se incorporaron antes.
Mientras pasaba el contingente, Guzmán Hernández, habla de la experiencia que han tenido en la región comunitaria. Dice que el tejido social es muy dañada; la corrupción es el mal que es está en todas partes.
–Si el estado le apuesta resolver todo con violencia, esto nunca se va acabar, porque violencia genera más violencia –dice el comisario–.
Recuerdo que de 1992 a 1995, lo que ahora es región comunitaria, vivíamos en la zozobra, el pueblo pedía auxilio.
Agrega. Se tiene que cambiar la política social, para evitar que los jóvenes sean presa fácil de la delincuencia organizada. En lugar de invertir en la compra de municiones, o en el salario del soldado, lo que se tiene que hacer es abrir más espacio en la universidad, para darles oportunidad a los jóvenes; más hospitales, más espacio recreativo, más oportunidades. Eso es lo que se requiere.


El mitin


Durante dos hora de testimonios, dos horas de historias desgarradas, dos horas de reclamos de  justicia; dos horas  en las que a cada orador, los asistentes aplaudían como para darle animo. Dos horas de voces entrecortadas, de nudos en la garganta; de recuerdos del familiar desaparecido, de afán de conmover a los sicarios, de sensibilizarlos.
Intento también de sensibilizar a las autoridades indiferentes, a las que se acusa, incluso al propio presidente Felipe Calderón, de estar relacionados con el narco, de ineptitud contra los poderes del Estado.
Y en ese Acapulco de ensueño que es la costera, se escuchó también el reclamo al gobierno por haber dejado uno de los espacios públicos más importante de la sociedad al narco, donde los planteles cerraron desde hace varias semanas luego de que el crimen organizado intentó cobrar protección a los maestros. 

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